Del consejo editorial

¿Entierra Obama el escudo antimisiles?

Carlos Taibo

Barack Obama ha decidido poner freno a buena parte de la parafernalia militarista que su antecesor, George Bush hijo, promovió al calor de lo que hemos dado en llamar escudo antimisiles. Es, sin duda, una buena noticia que con certeza provoca en estas horas alegría en los dirigentes rusos. No se olvide que a los ojos de estos, y con argumentos solventes, el escudo de Bush en modo alguno obedecía al propósito de encarar eventuales amenazas de misiles balísticos procedentes de Irán o Corea del Norte. Su objetivo, antes bien, era reducir la capacidad disuasoria de los arsenales rusos –en su caso también los chinos–, algo que a la postre se habría visto corroborado por la decisión norteamericana de desplegar radares y otras instalaciones en Polonia y República Checa. Para que las sospechas creciesen, EEUU rechazó orgullosamente una contrapropuesta del Kremlin encaminada a colocar esos dispositivos en Azerbaiyán, a escasa distancia de la frontera iraní.

Sorprende, sin embargo, que la abrumadora mayoría de los expertos prefiera ignorar algunas dobleces que siguen marcando las posiciones de Obama. La primera hace referencia al posible carácter provisional de las medidas anunciadas. Digámoslo de otra manera: desde tiempo atrás se manejaba la posibilidad de que los nuevos gobernantes estadounidenses, atenazados por las restricciones que se derivan de la crisis financiera, dejasen para mejor momento el despliegue material del escudo antimisiles. Si es así, habrá que permanecer atentos en lo que hace a imaginables reapariciones de este.

Y es que, y en segundo lugar, hay pocos motivos para concluir que el poderoso complejo industrial-militar norteamericano ha tirado la toalla. Lo suyo es recordar, al respecto, que la punta de lanza de los desarrollos tecnológicos más avanzados la configuran, desde hace bastantes años, los programas que se ocupan de las defensas frente a misiles balísticos. Las informaciones relativas al tipo de dispositivos que Estados Unidos se propone desplegar para hacer frente –tomemos esto con todas las cautelas– al programa nuclear iraní no cierran en modo alguno las puertas a la prosecución de esos programas.
Conviene agregar, en fin, que no hay noticias que den cuenta del designio norteamericano de restaurar el pleno vigor del viejo tratado ABM, que como es sabido establecía restricciones muy significativas en lo que se refiere al despliegue de defensas frente a misiles balísticos. Si es real el giro que Obama le está imprimiendo a la política estadounidense, lo suyo es que la Casa Blanca, para deshacer equívocos y ambigüedades, anuncie con urgencia su propósito de retornar al horizonte legal dibujado por el ABM.

Las cosas como fueren, y volvamos al principio, la certificación de que el anuncio de Obama es una buena nueva para Moscú debería traducirse, en el Kremlin, en una revisión drástica de muchos de los impulsos militaristas que habían encontrado justificación –unas veces con razón, otras sin ella– en el escudo antimisiles norteamericano. A quienes procuramos otros horizontes no nos hace gracia alguna, de cualquier modo, una imaginable colaboración de EEUU y Rusia en el terreno de las defensas antibalísticas.

Profesor de Ciencia Política

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