Del consejo editorial

Un balance de la era Obama

CARLOS TAIBO

La polémica concesión del Premio Nobel de la Paz a Barack Obama es una buena ocasión para formalizar un balance de lo ocurrido desde que, en enero pasado, el galardonado asumió la Presidencia de Estados Unidos. Aun admitiendo que Obama es preferible, sin duda, a su antecesor, parece que hay motivos suficientes para que plieguen velas quienes percibieron en el otrora senador por Illinois un poderoso estímulo para el cambio en un sinfín de relaciones planetarias.

Digamos, por lo pronto, que en el plano interno es obligado reconocer los esfuerzos de Obama en lo relativo a la generación, en Estados Unidos, de un sistema sanitario universal y gratuito. Es verdad, con todo, que no han faltado las informaciones que dan cuenta, del lado del presidente, de una franca connivencia con muchos de los poderes económicos tradicionales. En lo que a esto se refiere, hace un año, y al calor del apoyo de Obama al programa de rescate de un puñado de inmorales instituciones financieras situadas al borde de la quiebra, ya tuvimos la oportunidad de comprobar que no era oro todo lo que relucía, o, en su caso, que las presiones sobre el recién elegido presidente surtían rápidamente sus efectos.

Tampoco faltan las disputas en lo que atañe al perfil de la política exterior de Obama. Reconozcamos que hay al menos un par de ejemplos que ilustran movimientos interesantes. El primero llega de la mano de una visible reducción de tensiones con Rusia, acompañada de lo que parece –anotemos esto con algunas cautelas– un programa relativamente ambicioso de reducción de armamentos. El segundo lo aporta una relación más suave con Irán, y ello por mucho que en este caso no deba descartarse un futuro tono agresivo en la política norteamericana. Las buenas noticias acaban, sin embargo, ahí. Mientras el panorama iraquí no parece muy distinto del que legó Bush hijo, Estados Unidos asume con rotundidad en Afganistán una operación imperial a la vieja usanza. Entre tanto, Obama –más allá de alguna ritual condena de las nuevas colonias israelíes– nada ha hecho para desatascar el embrollo palestino, con el vivo beneplácito, por cierto, de un Netanyahu que se las prometía difíciles y hoy se halla razonablemente contento. Para cerrar el círculo, el asunto de las nuevas bases
norteamericanas en Colombia, y con él el tono alicaído de la respuesta de Obama ante el golpe hondureño, pone en un brete la credibilidad de la política estadounidense en América Latina.

Pero más importante que todo lo anterior –admitamos que aún hay tiempo para que se produzcan cambios en los escenarios mencionados–, lo peor es la ausencia dramática de nuevos horizontes en lo que se refiere a dos cuestiones vitales. Reseñemos, en primer lugar, que el compromiso del nuevo presidente en lo que se refiere a la lucha contra el cambio climático ha resultado ser lamentablemente liviano; lo suyo es concluir que, una vez más, Obama ha sucumbido a las presiones de las grandes empresas estadounidenses. Y agreguemos que no consta que nuestro hombre muestre ninguna preocupación seria ante los problemas que acosan a los más de tres mil millones de seres humanos condenados a malvivir con menos de dos dólares cada día.

Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política

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