Del consejo editorial

La desmesura del BCE

JUAN FRANCISCO MARTÍN SECO

El Banco Central Europeo ha sido uno de los más reticentes en aplicar durante la recesión una política monetaria expansiva. Hay que recordar que aún en agosto de 2008, cuando las dificultades económicas eran ya un hecho evidente, elevó los tipos de interés. Sólo la postura decidida de la Reserva Federal le arrastró a reducirlos –en todo caso, más altos siempre que los de Estados Unidos–, y a ir incrementando progresivamente las facilidades crediticias a la banca. Fue de los últimos bancos centrales en hacer un paréntesis en la ortodoxia y ahora es el primero en anunciar que la fiesta del crédito se ha
terminado.

Jean-Claude Trichet, el jueves pasado, si bien mantuvo los tipos de interés, anunció que se van a ir retirando en un futuro inmediato las dotaciones extraordinarias de crédito. Aunque a remolque de la Reserva Federal, el Banco Central Europeo ha venido facilitando a la banca grandes cantidades de dinero en condiciones muy ventajosas. No obstante, la liquidez no ha llegado con fluidez a los particulares. En algunos casos, porque las entidades financieras la necesitan para disfrazar las situaciones de insolvencia en los créditos que tienen concedidos; pero en otras, porque prefieren prestar a los Estados que precisan endeudarse para las operaciones de rescate de los bancos y para los planes de estímulo
de la economía.

Se da así la paradoja de que el Banco Central Europeo preste a la banca, para que esta a su vez preste al Estado, para que a su vez rescate a los bancos en dificultades. Como consecuencia, la banca gana por partida doble. Por una parte, se libera de sus pérdidas y, por otra, obtiene un suculento beneficio de operaciones sin riesgo: intermediar entre el BCE y los estados nacionales. Los contribuyentes pierden también por doble motivo: asumen el coste de las insolvencias de las entidades financieras y se financian a un coste mayor que el que cobra el Banco Central Europeo.

Todo ello tiene una explicación: el diseño absurdo bajo el que se ha construido la Unión Monetaria, según el cual el BCE no puede prestar a los Estados, con lo que debe conceder créditos exclusivamente a los bancos para que sean ellos los que presten a los países miembros.

Las contradicciones de la Unión Monetaria se manifiestan también en la política extremadamente conservadora que, bajo el patrocinio del Bundesbank, aplica siempre el BCE. Incluso cuando la crisis está lejos de superarse y sin que exista ninguna tensión inflacionista en el horizonte –más bien todo lo contrario–, ya está hablando de restricciones crediticias.

Tal política sólo puede tener un efecto, que el euro continúe apreciándose frente al dólar y, lo que aún es más grave, frente a China y demás países asiáticos que están anclados al dólar y no permiten que esta moneda se deprecie frente a sus divisas. Tal política quizás sea buena para Alemania, aunque lo dudo, pero desde luego puede tener efectos muy negativos para España, Grecia y Portugal, e incluso para Italia y para Francia. Pero ¿cómo hacer una política monetaria común para países tan diferentes y con saldos tan contrarios en sus balanzas de pagos?

Juan Francisco Martín Seco es economista

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