Del consejo editorial

¿Dos estados en Palestina?

CARLOS TAIBO

Profesor de Ciencia Política

Tiene sentido examinar, siquiera sólo sea de forma somera, cuál ha sido la relación de la izquierda occidental con el Estado de Israel desde el nacimiento de este en 1947-1948. Subrayemos, por lo pronto, que en inicio esa izquierda acogió con los brazos abiertos el triunfo del proyecto sionista en Palestina. Al respecto fueron decisivos, sin duda, tanto el recuerdo de lo que supuso el Holocausto como la instalación en Israel de un modelo socializante al calor, ante todo, de los kibbutzim. No se olvide, en paralelo, que en aquellos mismos años la Unión Soviética coqueteaba, también, con el Estado recién nacido.

Las cosas empezaron a cambiar en 1956 cuando, al amparo de la crisis de Suez, se hizo evidente que Israel no era un motor de cambios saludables en región tan conflictiva como Oriente Próximo, sino, antes bien, una punta de lanza, y bien afilada, de tramadas estrategias al servicio de las grandes potencias capitalistas. De resultas, llegó a su fin la luna de miel entre la izquierda occidental e Israel. A estas alturas no es preciso agregar, claro, que lo que sucedió en los decenios siguientes vino a sellar semejante ruptura. Con Israel convertido en un mamporrero regional que hacía el trabajo sucio de Estados Unidos y mantenía a raya a quienes, en el mundo árabe, se atrevían a sacar la cabeza, era difícil encontrar disculpas para la conducta de los dirigentes sionistas.

Es verdad, con todo, y demos un paso más, que con el paso del tiempo la izquierda occidental fue abandonando la que había sido durante decenios su propuesta principal en lo que hace al conflicto palestino-israelí: un Estado laico y aconfesional en el que judíos y árabes, hebreos, musulmanes y cristianos, conviviesen en paz. El violento derrotero de los acontecimientos vino a asentar de su parte, infelizmente, un franco acatamiento de la tesis de los dos Estados, uno palestino y otro israelí, como solución cabal al conflicto que nos ocupa. Importa subrayar lo que semejante opción suponía: la aceptación de facto de un Estado de carácter orgullosamente étnico, Israel, nacido de una impresentable operación de apropiación colonial acompañada de acciones de limpieza étnica.

La corriente dominante de pensamiento sostiene que, a estas alturas, el proyecto de un Estado común en Palestina carece de viabilidad en un escenario de confrontación y desencuentro. En realidad, lo que resulta inviable es la preservación del statu quo o, en su caso, una mera reforma cosmética de este que permita perfilar un Estado palestino claramente sometido a cortapisas de su soberanía. Sobran las razones, en otras palabras, para argumentar que la voluntad de porfiar en las soluciones, más aparentes que reales, que hoy se ofrecen en Palestina, no anuncia para el futuro sino nuevos sinsabores o, lo que es lo mismo, la reaparición del callejón sin salida en que nos encontramos. Claro es que la opción por un único Estado debería implicar, por fuerza, que las potencias occidentales tomen cartas en el doble asunto de poner fin a la lógica colonial que ha guiado a Israel y de resarcir al pueblo palestino por lo padecido a lo largo de seis decenios. En cualquier caso, y a tono con el título del magnífico libro de José Durán Velasco que se interesa por estas cosas, bueno será que empecemos a abrazar, también en Palestina, una visión no estatolátrica.

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