Del consejo editorial

A vueltas con la familia

ÓSCAR CELADOR

Profesor de Derecho Eclesiástico del Estado y de Libertades Públicas

Es curioso cómo la familia, que es una institución a la que todos los individuos se sienten en mayor o menor medida gratamente ligados, puede ser utilizada por algunos para sembrar la semilla del conflicto y la discordia. La foto sociológica española refleja que los matrimonios civiles y las uniones de hecho prácticamente superan a los matrimonios religiosos, y que en nuestra sociedad conviven, junto al modelo de familia tradicional, familias monoparentales, homosexuales, parejas de hecho, o las que son el resultado de sucesivos matrimonios, separaciones o uniones. Por este motivo, cualquier posición que pretenda reducir el concepto de familia exclusivamente al modelo católico comete dos graves errores. De una parte, ignora que la Constitución española reconoce a las parejas, con independencia de su orientación sexual y estatus matrimonial, el derecho a fundar una familia.
Y de otra, reabre viejas heridas que nos recuerdan el modelo de familia que estuvo vigente durante el régimen franquista, ya que la posición que ahora esgrime la Iglesia católica no ha variado un ápice desde entonces.

Las religiones han concedido tradicionalmente un papel capital a la familia. Ahora bien, ¿de qué modelo de familia estamos hablando? La respuesta es tan simple como contundente, ya que casualmente las religiones han venido defendiendo aquellos modelos de familia que sirven a sus intereses institucionales, y la católica no es una excepción en este terreno. De acuerdo con el derecho canónico, aquellos que quieran fundar una familia deben contraer matrimonio canónico con la finalidad de engendrar hijos y educarles en la fe católica; de esta manera, se crea un potente efecto multiplicador que explica el interés de la Iglesia por la familia, pues a más familia más fieles y a más fieles más poder para la Iglesia.
Puede que el modelo de familia cristiano esté en peligro de extinción, pero, por mucho que se empecine la Iglesia, los culpables no son los poderes públicos, ya que estos sólo se han limitado a permitir que los individuos puedan elegir libremente como quieren articular sus relaciones familiares en el marco del Estado democrático. De ahí que el mensaje apocalíptico lanzado de que el futuro moral de Europa pasa por la defensa del modelo familiar cristiano sea injustificable, ya que precisamente la construcción de una identidad común europea sólo ha sido factible gracias al
establecimiento de un marco de convivencia válido para todos y, en consecuencia, soportado en el pluralismo religioso y el respeto al libre desarrollo de la personalidad en todos los ámbitos, incluido el de la familia.
El verdadero problema que representa el discurso de la Iglesia católica no es su contenido sino sus verdaderas intenciones, ya que, de no ser por la separación entre el Estado y las confesiones religiosas que ordenó la Constitución del 78, los españoles todavía seguirían sin poder ordenar libremente sus relaciones de pareja y familiares. Por todo ello, no estaría de más que algunos leyeran un poco a Víctor Hugo, quien acuñó la frase de que la tolerancia es la mejor religión.

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