Del consejo editorial

Cuestión de formas

RAMÓN COTARELO

Catedrático de Ciencias Políticas

Que la guerra sea la continuación de la política por otros medios es archisabido; que la política sea la continuación de la guerra por otros medios, como dice Foucault, lo es mucho menos pero, a veces, igualmente cierto. Hay formas de hacer política que parecen sacadas de manuales militares de tierra arrasada. La oposición que practica el PP es de este tenor, con el inconveniente añadido de que su negativismo absoluto, su feroz intransigencia, el rechazo de todo entendimiento con el Gobierno en asuntos de relevancia externa a quien más perjudica es al país en su conjunto, a la nación, a esa España que los conservadores invocan en el interior cada vez que la menoscaban en el exterior.

Es posible que la acción del Gobierno ante la crisis haya sido espasmódica y falta de claridad y contundencia. También que Zapatero se haya echado en exceso a la derecha, asustado por las sombrías amenazas, o que no se haya echado suficientemente según los que atemorizan con ellas. Eso y más es posible, aunque no quepa negar que su tarea prioritaria es la solución de la crisis. Puede haber dado palos de ciego, pero los ha dado y ya habrá tiempo, cuando las aguas vuelvan a su cauce, de aquilatar qué ha sucedido, de establecer las responsabilidades respectivas y exigirlas en donde haga falta, especialmente en las elecciones.
Pero ahora mismo el país se enfrenta a algo parecido a una emergencia nacional. Las ironías del Financial Times sobre la "paranoia" del ministro Blanco no pueden ocultar el hecho de que la economía española lleva una semana sometida a brutales ataques especulativos en los mercados internacionales, de esos que, de haber sido otra la situación, habrían forzado una cadena de devaluaciones de la moneda, como sucedió en los años noventa. No existiendo hoy este recurso, los resultados son el alza de los tipos de interés, el encarecimiento en el servicio de la deuda y el consiguiente empobrecimiento de todos los españoles. Es decir, un mal objetivo para España en su conjunto.
En estas circunstancias no es de recibo proseguir la política de confrontación y división internas que sólo debilita al país, sino que el sentido común manda cerrar filas en defensa de los intereses colectivos. Por eso es tan edificante la actitud de CiU que, sin renunciar a sus posiciones propias, muestra encomiables formas democráticas invocando los intereses del Estado para proponer un pacto de todos en interés general. Es una cuestión de formas esencial. Y por eso también es tan deplorable la actitud del PP, que ignora que se puede mantener una oposición dura sin menoscabo del entendimiento básico en los grandes asuntos de los que depende la estabilidad del país.
La última estratagema de González Pons de cargar exclusivamente a la cuenta del presidente del Gobierno la responsabilidad por las turbulencias externas –de sustituir la nación por la figura de Zapatero– es doblemente inepta, porque magnifica a la persona al identificarla con el Estado, como si fuera Luis XIV, y porque menosprecia al Estado al reducirlo a la contingencia de una persona. Cuestión de formas.

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