CARLOS TAIBO
Profesor de Ciencia Política
En las últimas semanas hemos asistido, por enésima vez, a la manifestación de diferencias más o menos serias entre Estados Unidos y China. Como quiera que en sí mismas poco tienen de nuevas, bueno será que prestemos atención a alguno de los problemas de fondo que se revelan en la relación entre esas dos potencias.
A duras penas sorprenderá que, así las cosas, EEUU esté empeñado en cotocircuitar, hasta donde sea posible, el acceso de China a las materias primas energéticas que esta precisa. Aunque la política estadounidense tiene como punto nodal un golfo Pérsico cada vez más sometido a la pax americana, algunos de sus tentáculos se adivinan incipientemente, también, en el mar de la China meridional, que, emplazado entre las costas de Vietnam, Indonesia, Filipinas y la propia China, se presenta como un prometedor almacén de yacimientos de petróleo.
Para cerrar el panorama, en la trastienda estratégica se manifiesta un fenómeno interesante: como quiera que Japón comparte con China una parecida vulnerabilidad energética –también depende de los suministros que llegan del Pérsico–, bien podría forjarse una alianza entre los dos países articulada en torno a un proyecto de transporte que ha hecho correr mucha tinta. Se trataría de un conducto que, desde el Asia central y tras atravesar el territorio continental chino, arribaría a las costas del Pacífico y alcanzaría el territorio japonés. No es preciso agregar que EEUU, que siente un temor atávico a todo lo que huela a aproximaciones entre potencias secundarias, ha puesto toda la carne en el asador para evitar que una alianza de esa naturaleza prospere.
Las cosas como fueren, estamos obligados a identificar una subterránea dimensión de las agresiones norteamericanas en Irak y Afganistán: la que contempla un incipiente cerco estadounidense sobre China. Son muchos los expertos que, en un terreno próximo, han tenido a bien anunciar que los mayores conflictos del primer tercio del siglo XXI se desarrollarán en la periferia de China. Aunque en modo alguno hay que descartar al respecto las secuelas de un imaginable espasmo neoimperial en Pekín, más fácil es relacionar esos conflictos, claro, con una renovada agresividad de la Casa Blanca.
Comentarios
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