Del consejo editorial

Salvemos al cubano Fariñas

CARMEN MAGALLÓN

Doctora en Físicas y directora de la Fundación Seminario de Investigación para la Paz

Un ser humano está postrado en Cuba pidiendo la libertad de 26 presos enfermos. Tras la muerte de Orlando Zapata a consecuencia de una huelga de hambre para pedir mejoras en las condiciones de las cárceles en ese país, Guillermo Fariñas ha decidido seguir la senda de su compañero. Y ahí sigue, acercándose a la muerte por inanición.
Mientras tanto, los demás se enzarzan en la conformación de bandos que cierran la boca a unos y hacen rasgarse las vestiduras a otros, incapaces, una vez más, de llegar a un discernimiento que posibilite la búsqueda de salidas para que todos ganen.

La huelga de hambre supera las adscripciones ideológicas y políticas. Cuando alguien decide poner su vida en juego sin dañar la vida de otros, el resto del mundo, es decir, los gobiernos, los medios de comunicación, las ONG, todos, deberían escuchar lo que se pide y levantar sus voces para multiplicar el eco de la petición. Porque nadie toma una decisión así a la ligera. Decidir morirse –no matar– es un gesto que debería aplacar miserables contiendas. Son palabras mayores.
De nuevo hay que recordar –a ver si se asienta de una vez en la tradición política– la grandeza de negociar. Siempre hay una salida para preservar la vida. Y hay que buscarla. Es un error escudarse en la adscripción a un bando para saber qué pensar: a favor del régimen cubano o en contra del régimen cubano. No sólo en este caso, sino siempre, romper la dinámica de los bandos, salir de la polarización, es fundamental para encontrar salidas negociadas a un conflicto. Porque la vida es más compleja que esa reducción.
Entre la cerrazón del poder y la muerte del que ayuna siempre cabe un pensamiento desde otros criterios. Y un criterio supremo es defender la vida de un hombre. La vida de un ser humano merece todo el apoyo, ya sea en Cuba –donde alguien ayuna hasta la muerte–; ya sea en una región perdida de África –donde siguen secuestrados compatriotas nuestros–; ya sea en los corredores de la muerte de países cuya incivilizada legislación sigue aplicando la pena de muerte –como sucede en Estados Unidos–.
No es lo que ha hecho una persona lo que ha de ponerse en la balanza para juzgar si merece seguir viviendo. Tampoco vale decir: "Él lo ha querido". Porque él no quiere su muerte. Fariñas sólo quiere ganar fuerza para lograr la negociación. Al fuerte, al poder, le toca sopesar, valorar y negociar. A los demás, apoyar al débil.
Quizá ayude a reflexionar el pasaje de las dos mujeres que pelean por un niño ante el rey Salomón. Las dos dicen que el niño es suyo. Finalmente, ante la amenaza del rey de cortarlo y entregarle la mitad a cada una, emerge la verdad de la madre, la verdad que preserva la vida: "No lo matéis. Dádselo a ella". ¿Cuándo aprenderán los gobernantes de la sabiduría de la madre? ¿Cuándo aprenderán que la verdad que importa es la que salva vidas? ¿Cuándo llegarán a alcanzar la sabiduría de la negociación?

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