Del consejo editorial

Agresión en el metro

ÓSCAR CELADOR ANGÓN

Profesor de Derecho Eclesiástico del Estado y de Libertades Públicas

La violencia juvenil es una triste realidad con la que siempre ha tenido que enfrentarse la sociedad, pero muy especialmente en los últimos años, ya que, gracias a los avances tecnológicos, cada vez es más frecuente que podamos conocer de primera mano la cruda violencia que a veces acompaña a las agresiones. Los vagones del metro de Madrid han sido el escenario de numerosos casos de violencia, como el que en 2007 arrebató la vida a un joven que acudía a una manifestación

antifascista debido a la puñalada que le asestó otro joven, o la brutal paliza que hace unos días otro joven propinó a un presunto ultraderechista.
Estos brotes de violencia son muy preocupantes. La libertad política garantiza el derecho a abrazar cualquier tipo de ideología, siempre que se respeten las reglas del juego democrático. La imposición de ideas por medio de la violencia nunca se justifica, y a este respecto resulta indiferente cuáles sean los ideales políticos de los violentos o de sus víctimas. La asociación de actividades violentas a determinados movimientos no es nueva: en los años ochenta, un joven al que los medios hicieron famoso con el apodo del Cojo Manteca se convirtió en un auténtico símbolo de las manifestaciones estudiantiles madrileñas gracias a las actuaciones violentas que dirigió contra el mobiliario urbano durante dichas protestas. Todo ello pese a que, como denunciaron después los propios medios de comunicación, el susodicho no era un estudiante.
Sectores de la derecha han pretendido con evidente mala fe, en el caso del metro madrileño, responsabilizar al Gobierno y el PSOE de la violencia que animaba al agresor. Es cierto que, en ocasiones, responsables políticos incitan al odio: ahí está la campaña "¿Tu barrio es seguro?", que ha servido para que el PP vincule inmigración e inseguridad en Badalona. Esta estrategia recuerda a la que en 2002 permitió al Frente Nacional, liderado en aquel momento por Le Pen, acceder a la segunda vuelta de las elecciones nacionales francesas, gracias a un discurso centrado en la expulsión de la inmigración no europea de Francia. Puede que fuera un éxito para la ultraderecha francesa, pero, ¿a qué precio social? La violencia no es una seña de identidad de la izquierda, de la derecha o del centro, sino, como decía el maestro Asimov, el último refugio del incompetente. Y, desafortunadamente, cada vez parece haber más incompetentes.

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