Del consejo editorial

Váyase, señor Aznar

RAMÓN COTARELO

Catedrático de Ciencias Políticas

José María Aznar no es presidente efectivo del principal partido de la oposición y hace más de seis años que dejó de ser presidente del Gobierno. Tampoco es miembro del Consejo de Estado, organismo en el que causó baja para dedicarse a ganar mucho más dinero por otras partes. Carece, pues, de sentido que esté todos los días en los medios nacionales e internacionales, enjuiciando negativamente al Gobierno y augurando las peores calamidades a su país.

Entre otras ocupaciones, el ex presidente trabaja para el señor Murdoch, magnate archiconservador de unos medios a los que hace poco el presidente Obama calificó de apéndices del Partido Republicano. Es decir, trabaja para alguien cuyo interés en el resurgir de España y Europa es inexistente. Por escasa que sea su sensibilidad, no puede ignorar que cada vez que cuestiona en el exterior la solvencia y el crédito de España está causándole un daño objetivo, torpedeando sus intereses, obstaculizando su recuperación y haciendo más difícil la vida a los cientos de miles de ciudadanos que padecen las consecuencias de la crisis.
Es obvio que el trabajo actual de Aznar se mueve en el terreno de las "influencias" y que dedica las suyas a deteriorar la imagen de España por razones que él conocerá y que probablemente le traen cuenta. Pero se trata de una actitud no sólo poco gallarda y patriótica, sino movida directamente por el rencor y el afán de venganza. En marzo de 2004 sufrió una amarga derrota electoral (ya que fue él el derrotado de hecho) por mentir a los españoles primero con las inexistentes armas de destrucción masiva para justificar la invasión del Irak y luego con la autoría del peor atentado terrorista en la historia de nuestro país. Y eso lo ha trastornado al extremo de convertirlo en un contumaz detractor de España en el exterior.
El señor Aznar debe irse de una vez y dejar que el sucesor a quien nombró ante sí y ante la historia pueda hacer una política de oposición autónoma, liberándolo de su asfixiante cuanto ominosa tutela. Debe seguir los pasos de otros ex presidentes más discretos, como Felipe González: abandonar la primera línea de la política y la pretensión de ser el gobernante en la sombra. Debe dejar de sembrar cizaña y socavar la recuperación del país para permitir que su partido se centre y no aparezca asociado a unas soflamas sistemáticamente antiespañolas.

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