Del consejo editorial

Suráfrica no es Zimbabue, pero tampoco Brasil

LUIS MATÍAS LÓPEZ

Periodista

El filme de Clint Eastwood Invictus descubrió al gran público cómo Nelson Mandela convirtió el Mundial de rugby de 1995 en símbolo de una nueva Suráfrica democrática, multirracialy reconciliada. Ahora, el Mundial de fútbol brinda otra ocasión de oro para el presidente Jacob Zuma, no ya para demostrar que el modelo aún funciona, sino para publicitar su país como superpotencia que aspira a un papel similar al del Brasil de Lula.

Es dudoso que lo consiga. Primero porque, aunque genere el 40% del PIB subsahariano, atesore fabulosos recursos minerales y forme parte del G-20, Suráfrica no es Brasil, con quien comparte algunos problemas pero que le aventaja, entre otras cosas, en tamañoy cohesión social. Y segundo, porque Zuma no es Lula, y mucho menosMandela, sino un populista polígamo, con ideas extrañas y cambiantes sobre cómo combatir el sida y que a veces parece más un rey zulú que un líder moderno, aunque sea de encomiar su pragmatismo y su afición al consenso.
Por fortuna, Suráfrica tampoco es Zimbabue, y Zuma no es Mugabe. Ni mucho menos. Aunque lejos de la utópica nación arco iris de Mandela, el éxito del experimento es notable. Es cierto que persiste una criminalidad rampante, un paro del 25%, faltan dos millones de viviendas, más del 20% de la población no tiene electricidad ni agua corriente, el sida se cobra 350.000 vidas al año y el 40% de la población malvive con menos de dos euros al día. Sin embargo, la democracia funciona, el nivel de vida ha mejorado de forma espectacular desde la época del apartheid y, aunque persiste la tensión racial, no ha habido matanzas de blancos, ni éxodo masivo o expropiación de sus fincas, ni caos económico, ni dictadura, ni tiranía.
El Congreso Nacional Africano, el partido de Mandela que aún domina el panorama político, hace gala de un pragmatismo del que abomina buena parte de la población negra, aliviada por las ayudas públicas pero a la que no puede consolar la emergencia de una clase media y de algunos millonarios negros. Para evitar el desplome económico y mantener la convivencia interracial (es decir, para no parecerse a Zimbabue), y pese a la discriminación positiva, el partido Congreso Nacional Africano (ANC) permite que los blancos dominen la economía y dirijan las grandes empresas.
La gran duda es si este modelo, único en un continente convulso, es sostenible o incuba el virus que lo hará saltar por los aires.

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