Del consejo editorial

Colombia, punto y seguido

LUIS MATÍAS LÓPEZ

Periodista

La segunda vuelta de las presidenciales de Colombia ha sido un paseo triunfal para el oficialista Juan Manuel Santos, que, con el 69% de los votos, ha arrollado, igual que en la primera ronda, al aspirante del Partido Verde, Antanas Mockus. Santos era el indiscutible favorito tras lograr el apoyo de la mayoría de los candidatos eliminados, de empresarios, sindicatos, ex presidentes e incluso de Ingrid Betancourt, rescatada por el Ejército del secuestro de la guerrilla de las FARC, que el domingo dejó su impronta matando a siete policías.

Legítimo vencedor, con el mayor respaldo de un presidente en 50 años, tiene derecho al beneficio de la duda sobre su propuesta de acuerdo de unidad nacional y su deseo de superar la vitola de heredero de Álvaro Uribe. Su victoria, sin embargo, supone desperdiciar una oportunidad única de apostar por una forma más limpia de hacer política. Porque, en cierto sentido, la opción no era entre continuidad y cambio, sino entre el vale todo y el basta ya.
Mockus no pretendía desmantelar el legado de Uribe, consciente de que este habría sido reelegido casi por aclamación si la Corte Constitucional le hubiese permitido presentarse. Su programa no era revolucionario, si acaso reformista, pero aun así los votantes han preferido la continuidad que encarnaba un uribista puro y duro.
Santos, ministro de Defensa, ha rentabilizado el hecho de ser el ungido de Uribe, los golpes a las FARC y el narcotráfico, el descenso de la criminalidad común, el parcial desarme de los paramilitares y el crecimiento sostenido, aunque desigual y tocado por la crisis. Sin embargo, la seguridad democrática que ofrece Santos está detrás también del horror de los falsos positivos (2.000 asesinatos de campesinos que el Ejército presentó como guerrilleros), de decenas de diputados procesados por corrupción o conexiones con los paramilitares, de millones de desplazados internos y de la cesión a EEUU del uso de siete bases. Mockus, en cambio, ofrecía legalidad democrática, un idealismo honesto que considera sagrada la vida y el dinero público, y que aspiraba a dignificar la política y la lucha por la pacificación.
Uribe demolió el desacreditado sistema bipartidista. Mockus proponía darle la puntilla liquidando una forma corrompida e inmoral de hacer política. Santos tendrá que demostrar que él también es capaz de lograrlo.

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