Del consejo editorial

El reñidero de la derecha

RAMÓN COTARELO 

Cuando faltan tres años para las elecciones generales no es insólito que en los partidos que perdieron las anteriores haya movimientos,
reacomodos y realineamientos para tratar de situarse mejor en las próximas. A diferencia de lo que sucedió con Izquierda Unida, este reajuste está resultando mucho más complicado en el Partido
Popular de lo que pareció en un primer momento.
La presidencia de Mariano Rajoy
aparece lastrada por tres inconvenientes: su origen como candidato designado a dedo, el hecho de haber perdido dos elecciones y su confirmación, a todas luces insuficiente, en el Congreso de Valencia. Insuficiente porque, desde entonces hasta ahora, el partido aparece minado por una poderosa fronda neoconservadora.

La línea divisoria, más o menos oficial, separa a los conservadores "sin complejos", al estilo de la segunda legislatura de José María Aznar, de los de una corrección de rumbo de índole centrista, con Rajoy intentando sostenerse en el fiel de la balanza aunque incómodamente sentado sobre la aguja. Promovió la renovación centrista despachando a la vieja guardia aznarina pero quedándose él –su más condigno representante–, con lo que no ha conseguido fortalecer a los renovadores centristas putativos, que sólo cuentan con su confianza pero carecen de anclajes sólidos en el partido. Además, ha enfurecido a los partidarios de la línea dura, para quienes lo que no sea repetir la fórmula del éxito del 2000 será perder el tiempo.
Estos últimos, Aznar, Esperanza Aguirre o los medios de la derecha, son independientes del presidente del partido y le tienen declarada una guerra de desgaste –sorda, en unos casos, y estentórea, en otros– que mina su legitimidad y la confianza en él, no ya solamente del electorado en general sino de los militantes de su propia formación.
La actitud de apaciguamiento frente a las presiones de los sectores duros adoptada por Rajoy no mejora sus posibilidades sino que las empeora, como bien podría explicarle Aznar, tomando el ejemplo que tanto le gusta de la claudicación de Múnich. Pero tampoco parece que pueda hacer otra cosa, al menos de momento, hasta las próximas elecciones autonómicas de marzo y europeas de junio, cuyos resultados serán los únicos que acaso consigan fortalecer su posición.
Para más inconvenientes, en el Partido Popular hay un par de candidatos in péctore a la presidencia (algo peligroso, porque no presupone el peligro de atomización de la UCD sino, quizá, una nítida alternativa), cuya táctica parece ser, asimismo, esperar a los resultados de dichas elecciones, por lo que estos serán decisivos para saber quién liderará a la derecha en las generales de 2012. Porque, como bien se puede ver, contra su acrisolada costumbre, la derecha no pide elecciones anticipadas.
Rajoy se presenta a aquellas elecciones con las encuestas en contra; sus medios, antaño fieles, hoy mayoritariamente también en contra; una posible vía de agua en el partido UPyD, y una situación enconada en el interior de sus filas. Si los resultados de esas elecciones son insuficientes, habrá petición de celebrar un congreso extraordinario del Partido Popular para el verano o el otoño al que milagrosamente sobreviviría el actual presidente del PP.

Ramón Cotarelo es  Catedrático de Ciencias Políticas

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