Del consejo editorial

‘Vía Revolucionaria’

CARME MIRALLES-GUASCH

Se encuentra en la cartelera cinematográfica una excelente película, Vía Revolucionaria, dirigida por Sam Mendes y basada en la novela homónima de Richard Yates.
Más allá de las bondades del film y de sus actores, una de las cosas más interesantes de la película es la presencia de un protagonista difuso, pero vital para el desarrollo de la misma: la ciudad. Y, más concretamente, un modelo de ciudad donde las clases medias se refugian en los barrios residenciales suburbanos, de baja densidad y sin apenas nada más que sus hermosas casas y sus cuidados jardines. Un lugar donde nunca pasa nada, ni nadie espera que pase nada. La historia de esta película sería impensable sin la presencia de esta tipología urbana.
En un momento de la película, la protagonista –mujer joven, casada y madre de dos niños, inmersa en una profunda crisis existencial y de pareja– mira la calle que está delante de su casa. Preciosa calle siempre vacía, triste y solitaria. Adjetivos que pueden asociarse perfectamente a la propia vida de la protagonista y de tantas mujeres que, a lo largo de las últimas décadas, se han visto atrapadas en barrios residenciales que eran, especialmente para ellas, jaulas doradas.
Pero, además, la ciudad emerge como protagonista, también, en la antítesis de esta realidad. Cuando Abril (la protagonista), para huir de su soledad y su tristeza, propone ir a vivir a París. A una ciudad viva, que le permita salir a la calle y hacer algo; una ciudad que le permita trabajar (es lo que ella formula) y llenar ese vacío y ese aislamiento.

París emerge como la antítesis de su vida y también de su mundo urbano, y por eso es la ciudad en mayúsculas, porque es donde hay vida. Y esa vida surge también de la tipología urbana, densa y compacta. París, como antimodelo de los suburbios americanos de los años 50, no es el desierto urbano donde ellos viven, y por eso es la ciudad la que les puede salvar de su desierto afectivo y vital.
Hace unas semanas, en esta misma columna, escribí que, en los nuevos modelos urbanos, las desigualdades se incrementan al sumarle la dialéctica centro-periferia, ya que esta crea, de por sí, exclusiones sociales, y una de las más evidentes es la de género.
Pues bien, esto es exactamente lo que, entre otras cosas, refleja esta película: la exclusión social –fomentada por una tipología de urbanismo residencial de baja densidad– de las mujeres de clase media que, aun teniendo posibilidades económicas y capacidades intelectuales, se ven confinadas a pasar gran parte de sus vidas en esos espacios urbanos estériles y aislados que tanto sufrimiento y soledad han causado a multitud de mujeres parecidas a la protagonista de la película.
Sin embargo y, a pesar de la importancia y de la evidencia del malestar que han infundido estos modelos urbanos de la segunda mitad del siglo XX, se ha difundido poco la relación entre los malestares de sus ciudadanos –básicamente ciudadanas– y las propuestas de desarrollo urbano que tanto se propagaron y copiaron en todo el mundo.
Sólo una sugerencia: vayan a ver esta película y con ella contemplen un protagonista en la tipología urbana que nos presenta, sin el cual la historia sería otra.

Carme Miralles-Guasch  es Profesora de Geografía Urbana

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