CARMEN MAGALLÓN
Más de 100.000 personas confluyeron estos días en Belém de Pará, en el Foro Social Mundial (FSM). Mientras continúa el debate sobre si el FSM ha de ser sólo un lugar de encuentro e intercambio de experiencias o convertirse en una fuerza política efectiva que articule líneas y acuerdos concretos para transformar el mundo, para algunos de nosotros el FSM significa la posibilidad de poner rostro y voz a las poblaciones y movimientos del Sur, una ocasión para la relación y escucha activa, con la esperanza de que lo personal impulse lo político.
La convocatoria en la Amazonia quería situar en el centro la urgencia de afrontar el cambio climático, por la importancia de esta enorme región en su regulación. La crisis financiera añadió motivación al confirmar muchas de las críticas que viene haciendo el FSM a las políticas de globalización neoliberal. Bajo el actual modelo de desarrollo, por las políticas de colonización e incentivos fiscales del pasado, la actual expansión de la ganadería –de 2004 a 2007, la producción de carne en la Amazonia aumentó en 1,5 millones de toneladas– y las plantaciones de soja y otras especies para producir biocombustibles, un 17% de la selva amazónica original ha sido deforestada. Lo que sitúa a Brasil entre los grandes productores del calentamiento global, junto a Estados Unidos y China.
Ante este desastre, se levantan las voces de indígenas y quilombos –descendientes de los antiguos esclavos negros–, con conocimientos y prácticas no depredadoras, así como las de los pequeños colonos llegados desde distintos lugares que tratan de vivir con proyectos de desarrollo sostenible. Tienen enfrente a los grandes hacendados del agronegocio, que no dudan en recurrir a la eliminación de los líderes más significados. En este foro se recordaron dos figuras emblemáticas de las luchas amazónicas que fueron asesinadas por los poderes fácticos: Chico Mendes y la hermana Dorothy Stang.
La defensa de la vida en la Amazonia simboliza la necesidad de un nuevo paradigma de relación con la Naturaleza, que supere su visión como fuente de recursos al servicio del negocio. En esta línea, hemos escuchado las voces de la teología de la liberación: José Comblin, Frey Betto, Leonardo Boff, abogando por una ecología holística: "Nosotros somos parte de la tierra y la tierra es parte de nosotros", y una espiritualidad del conflicto comprometida con la defensa de una vida humana digna.
En Belém, las voces más potentes llegaban del Sur. Para ellas, la utopía no es una quimera, sino una necesidad. El "otro mundo es posible" se ha convertido en "otro mundo es necesario".
Carmen Magallón es Directora de la Fundación Seminario de Investigación para la Paz
Comentarios
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