Del consejo editorial

Hacia una ‘guerra de identidad’ masculina

CARMEN MAGALLÓN-PORTOLÉS

Las Naciones Unidas instituyeron un día internacional para enfocar el problema de la violencia contra las mujeres. En los últimos meses, los acontecimientos del Congo llevaron al Consejo de Seguridad a aprobar la resolución 1820, en la que se pide a los gobiernos y a la comunidad internacional esfuerzos mayores y mejor coordinados para evitar las violaciones de los derechos humanos de las mujeres y las niñas en situaciones de conflicto armado. Pero esta violencia no sólo se da en situaciones extremas. Al indagar sobre las circunstancias en las que tantas mujeres –en este país que no está en guerra– mueren a manos del hombre con el que convivían, descubrimos que esta violencia forma parte de la normalidad. Los vecinos del perpetrador suelen coincidir en afirmar que era un tipo normal. Es así: la conducta de violencia sexual se da en hombres normales, lo que induce a pensar que es la propia normalidad la que incorpora la patología, que se trata de una normalidad patológica. Una expresión que parece contradictoria pero que describe bien lo que es: patológica, porque conduce a la violencia, y normal, porque es un patrón extendido de comportamiento que alcanza a hombres normales.

En la raíz de esta normalidad patológica están las relaciones sociales –materiales y simbólicas– que se dan entre hombres y mujeres, apoyadas en una concepción determinada de lo que significa ser hombre y ser mujer.

El modelo de mujer, sumisa y pasiva, que conformaría la identidad de la víctima, hace tiempo que está siendo contestado por las mujeres. La crítica análoga está llegando más tarde a los hombres. El modelo hegemónico de hombre sigue identificando masculinidad con fuerza, dominación y, llegado el caso, con el ejercicio de la violencia. Se trata de un arquetipo en el que la dureza, el ocultamiento de los sentimientos y el dominio de la mujer conforman el núcleo identitario. Muchos hombres se siguen midiendo con él. Hombres a los que la libertad de una mujer les hiere y humilla profundamente. Tras esta constatación, nos preguntamos si la violencia contra las mujeres no será el resultado de una guerra de identidad que han de librar los hombres.

La buena noticia es que muchos hombres están cambiando. Lo vemos y vivimos a nuestro alrededor. Pero el modelo al que dan vida tiene menor visibilidad social: en la toma de decisiones políticas, en el cine, en la TV, en Internet, en las novelas. De modo que nuestros adolescentes siguen alimentándose con los grandes mitos de la fuerza y la dominación masculina. En el I Congreso Nacional de Hombres por la Igualdad, que tuvo lugar en Zaragoza, se puso de manifiesto que al cambio iniciado por las mujeres se han sumado los movimientos de hombres que cuestionan el modelo de masculinidad dominante. Y se apuntó la necesidad de hacer visible este cambio, para que trascienda y sea significativo cultural y socialmente.
Otras iniciativas tratan de colocar el tema en la agenda política internacional. Una Conferencia Mundial de Naciones Unidas, análoga a las que viene organizando sobre las mujeres, podría significar un impulso crucial en el avance de nuevos modelos identitarios para los hombres y, desde nuestro análisis, para la erradicación de la violencia de género. Que se haya comenzado a hacer pública esta reflexión de los hombres para los hombres es el inicio de un proceso valiosísimo que habrá de continuar.

Carmen Magallón-Portolés es Doctora en Físicas y directora de la Fundación Seminario de Investigación para la Paz

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