Del consejo editorial

La guerra de las divisas y el G-20

JUAN FRANCISCO MARTÍN SECO

Economista

La guerra de las divisas permite descubrir la causa última de la crisis actual. La desregulación financiera y la libre circulación de capitales producen en los países enormes déficits y superávits por cuenta corriente, generando cuantiosos desequilibrios entre países deudores y acreedores. Estos desequilibrios precisan para su solución un realineamiento de las divisas. Los países con superávit, como China o Alemania, no pueden pretender seguir creciendo sólo a base de exportaciones y de empobrecer al vecino, porque, una vez empobrecido este, ellos tampoco podrán seguir exportando y los resultados serán la deflación y la crisis internacional.
La guerra de divisas es sin duda peligrosa, pero más aún lo es el que algunos países se empeñen en tener un tipo de cambio infravalorado artificialmente, entre otras razones porque conduce de forma inevitable a políticas proteccionistas, entre las que se encontrarán las propias devaluaciones competitivas. Alemania reprocha a EEUU que esté depreciando el dólar mediante la expansión monetaria, cuando el país germánico sería el menos autorizado para realizar esa crítica, ya que se aprovecha de su pertenencia a la Unión Monetaria que impide, al menos parcialmente, la revalorización de su divisa, y además se niega a realizar una política expansiva que pudiera reducir el superávit de su balanza de pagos.
EEUU pretende que el G-20 acuerde que los estados no puedan contraer superávits y déficits exteriores por encima del 4%. Curiosamente, es la misma propuesta que Keynes, representando a Inglaterra, formuló en las reuniones previas a Bretton Woods y que EEUU –entonces país acreedor– no aceptó. Ahora, parece que China, Alemania y demás países acreedores también la rechazan. Las circunstancias, sin embargo, han cambiado. EEUU hoy no es la Inglaterra de los años cuarenta, exhausta después de la Segunda Guerra Mundial y que tuvo que aceptar todas las pretensiones de Norteamérica y, por otra parte, los países no cuentan en la actualidad con la posibilidad de instrumentar políticas de control de cambios. A pesar de que los mandatarios internacionales lo nieguen, todo indica que, si no se asumen medidas similares a las planteadas por EEUU, la sucesión de devaluaciones competitivas será inevitable, excepto para los países deficitarios de la eurozona que no podrán llevarlas a cabo, lo que situará a sus economías en condiciones muy delicadas.

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