Del consejo editorial

Obama, en la encrucijada

LUIS MATÍAS LÓPEZ

Periodista

El mismo Obama que ha defraudado a muchos de quienes encarnaron en él la esperanza en un Gobierno más justo del imperio se convierte ahora, ante la crucial cita electoral del 2 de noviembre, en baluarte de una tímida agenda progresista, amenazada por la estrategia de acoso y derribo conservadora. ¿Se trata del síndrome del primer bienio, del que Bill Clinton se recuperó sin graves secuelas? ¿O es que se aleja el huracán Obama dejando tras de sí las ruinas de otra oportunidad perdida?

La cuestión no es ya si su partido ganará o no las elecciones de mitad de mandato, sino cuál será el volumen del batacazo, si los demócratas perderán sólo la mayoría en la Cámara de Representantes o también en el Senado.
Los liberales que desconfían por sistema del Estado, los halcones republicanos de siempre, los extremistas reaccionarios del Tea Party que capitanea Sarah Palin, el imperio mediático de Rupert Murdoch y unos poderes económicos más generosos que nunca con la oposición quieren dar un golpe de timón que amenaza hasta la reforma sanitaria, imagen de marca de la presidencia. De la eficacia del movimiento dan fe la baja popularidad de Obama y que millones de sus compatriotas están convencidos de disparates como que es musulmán, o un comunista camuflado. Ni siquiera reconocen su papel crucial en evitar la catástrofe financiera.
Obama no es, ni por asomo, un revolucionario. Si acaso, un reformador. Y hacia fuera, discursos históricos aparte, es un presidente de guerra más, marcado por la herencia de Irak y Afganistán, enfangado en este último país, inmerso en una peligrosa dinámica de confrontación con Irán, incapaz de que cuaje el diálogo palestino-israelí y que no ha honrado su promesa de cerrar la vergüenza de Guantánamo.
Muchos votantes compensan su voto en las presidenciales y en las legislativas, por lo que el resultado del día 2 no tiene por qué presagiar el de 2012, cuando se juegue la Casa Blanca. Una vez constituidas las nuevas cámaras, en una posición más precaria, Obama tendrá que convertir la conciliación en arte. En esa clave cabe entender los últimos cambios en su equipo. Y los republicanos, con profundas contradicciones internas, deberán demostrar que no son una pandilla de fanáticos reaccionarios y que la moderación y el compromiso forman parte también de su código genético. Si no es así, la guerra estará servida.

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