Del consejo editorial

La inmigración en Catalunya y los mercados ‘electorales’

ANTONIO IZQUIERDO

Los sociólogos que asesoran al PP se equivocan de laboratorio. Han ido a experimentar en Catalunya la "química del rechazo al inmigrante", pero la cultura que, desde hace un siglo, ha dominado allí ha sido la de la cohesión social. Los mercados electorales están tratando de ahondar la crisis económica con una crisis de integración. Al parecer, les conviene atracar el único banco que dispone de liquidez para hacer frente a la desestruturación. Ese depósito no es otro que la sociedad civil de Catalunya y su recurso más preciado es el vínculo social.
Los mercados electorales también tienen nombre y vale la pena hacerlo público. En primer lugar está el PP, que saquea más a la siniestra que a la diestra. Se dirige, preferentemente, a los graneros de la izquierda en el cinturón industrial barcelonés, aunque no olvida a los municipios interiores afectos al catalanismo conservador. En una campaña a lo Le Pen, propone un decálogo de malos mandamientos con el fin de desvincular el voto obrero del área metropolitana de su propia historia de emigrantes.

Unió Democrática ha irrumpido en el mercado electoral alertando sobre la desnaturalización que sufre Catalunya, presa de la natalidad extranjera. Su arenga a las "mujeres catalanas" para que aumenten su fecundidad choca con el Sistema Catalá de Reproducció (Anna Cabré), con el retrato sociológico de Els altres catalans que hizo Francisco Candel y con las consideraciones políticas del Jordi Pujol que escribió La inmigració, problema i esperança de Catalunya. No es la sangre, sino la convivencia y la igualdad de oportunidades las que producen catalanes de bien. Por eso, diferenciar a las madres según el lugar de origen y menospreciar la procreación es un error que desafilia a los futuros catalanes.

La sociedad catalana se ha edificado a hombros de los forasteros. Durante el primer tercio del siglo XX, el trabajo atrajo a valencianos y murcianos; luego, en los sesenta, acudieron los andaluces y extremeños y, ahora, en la primera década del siglo XXI, llegan marroquíes y suramericanos. Es verdad que integrar a más de un millón de nuevos catalanes es una tarea que requiere memoria, capital y tiempo. Por eso el electoralismo, en su versión populista o etnicista, desvalija el banco de solidaridad y ciudadanía en el que tienen puestos sus ahorros las generaciones de catalanes.

Antonio Izquierdo es catedrático de Sociología

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