Del consejo editorial

El desprecio

FRANCISCO BALAGUER CALLEJÓN

Catedrático de Derecho Constitucional

Los actuales apuros de Berlusconi suceden a una actuación que –por imposible que pudiera parecer previamente– supera a todas las anteriores conocidas. Llamar a una comisaría de policía para reclamar la puesta en libertad de una detenida, atribuyéndole la falsa identidad de nieta del presidente de Egipto, podría ser parte del argumento de una película de los Hermanos Marx pero, desgraciadamente, forma parte de la realidad de la política italiana, que está pasando, por obra de Berlusconi, sus peores momentos.

El todavía presidente del Consejo de Ministros no parece conocer límite alguno. Maneja su entorno político del mismo modo que sus negocios porque, en el fondo, tiene una visión patrimonial de la política. El salto a la política de Berlusconi (después de un período previo en el que financiaba a políticos que cuidaban de sus intereses) no parece ser otra cosa que una ampliación de negocio, el intento de comprar a un Estado por quien ya tenía una influencia determinante sobre la sociedad italiana a través de sus empresas mediáticas.
Frente al fascismo, que generó un poder político ilimitado, hasta el punto de que su violencia terminó afectando también a los poderes económicos que lo auspiciaron, el poder político de Berlusconi no se fundamenta en la violencia sino en el dinero. Una comparación entre estas dos formas de entender las cosas la podemos encontrar en la película El desprecio de Jean-Luc Godard. La frase "cuando oigo la palabra cultura saco mi talonario", que remeda a la pronunciada por Goebbels: "Cuando oigo la palabra cultura saco mi revólver", va unida a la idea de que algunos de los que se resistieron a la violencia del fascismo terminaron por someterse a los dictados del poder económico.
Diluida entre las referencias sociales y culturales del sistema, la presión económica termina por aceptarse como algo natural. Por ese motivo, el dinero puede llegar más lejos que la violencia y resulta viable hasta la pretensión de comprar un país. El talonario ha hecho posible así un poder personal que no sería aceptado, bajo ningún concepto, por medios violentos por una sociedad democrática y culturalmente avanzada como la italiana. Esperemos que la paciencia de la ciudadanía se agote mucho antes que los cheques de Berlusconi, en beneficio no sólo de la cultura, sino también de la democracia italiana.

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