Dentro del laberinto

Meñique (en la quinta esquina)

Ha cambiado todo ahora, pero hace unos años, no demasiados, la guerra civil española era un tema que los veinteañeros considerábamos zanjado, en parte por el espíritu que presidió la transición en la que crecimos, en parte por la generación de nuestros padres, que sirvió de colchón y de amortiguador. Con otros intereses, y con un país enfocado hacia Europa, había poco tiempo para recordar.

Se creía, sin duda, que la revisión podría realizarse al cabo del tiempo, por nosotros o nuestros hijos. Sin la capacidad crítica alemana para reconocer errores propios, o la aceptación férrea de una versión oficial, como los franceses, resultaba arriesgado un análisis sincero y justo de lo ocurrido 60 años atrás. Es cierto que esa política conlleva un injusticia intrínseca: los homenajes y reconocimientos, las culpas y recriminaciones, caen sobre la espalda de muertos. Les sirven de poco, si no están para recibirlos.

Ahora, entrados ya en los 30, el devenir diario nos lleva a resurrecciones, aperturas de expedientes, fosas, y biografías. Han proliferado los ensayos y las novelas sobre la guerra civil. Nada de eso es malo. Pero, lejos de mantener una actitud coherente, cada decisión agrava acusaciones, rencores y dolores, muchos de ellos modernos, y poco relacionados con los hechos reales.

Hay algo rancio e innoble en esta revisión parcial, insistente, por parte de los dos partidos mayoritarios, por parte de los nacionalistas, por parte de todas las entidades implicadas. Actúan como las marquesas de La Codorniz: con el meñique estirado al tomar una taza de té, escandalizadas ante el comportamiento ajeno, y con un cadáver oculto bajo la alfombra persa.

Es, como anunciaba antes, demasiado pronto. No por ello hay que cerrar los ojos ante las atrocidades cometidas, o el sacrificio realizado a favor del perdón que en mucha familias se dio. No por ello hay que encerrar ese tiempo, ni pasar por alto la radicalidad de los enfrentamientos. Pero, por desgracia, carecemos de la madurez emocional, de la objetividad necesaria para una reivindicación auténtica, integradora y sana.

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