Dentro del laberinto

Mort

Ha muerto Michael Crichton, un autor extraño, con una visión aventajada de los gustos y las obsesiones de su sociedad y su país. Muere joven y con un historial de ventas tan impresionante que, desde la humildad de las cifras españolas, no mueve a la envidia sino a la ensoñación. ¿Es posible, en verdad, vender cien millones de libros?

Nunca me entusiasmaron las técnicas de Crichton, pero admiraba esa capacidad casi hipnótica para apuntar al miedo, a la inquietud, para convertir al lector en alguien tan involucrado con sus novelas que deseaban leerlas una y otra vez. Crichton apuntaba al dedo, pero era la Luna a donde dirigía a sus seguidores. Hablaba del progreso con el mismo interés, y la misma inquietud con la que otros mencionan las supersticiones o la Iglesia. Había estudiado medicina, y le decepcionó. Filología, y no encontró lo que buscaba. Antropología, y tampoco estaba allí su historia. Como en tantas otras ocasiones, fue considerado un fracaso. Céntrate, hijo. Ve a lo tuyo. La idea del triunfo.

Hace 30 años, cuando contaba con una edad similar a la mía, abandonó las convenciones. La ciencia ficción, que entonces le había enriquecido, se agotaba: son historias que existen a costa de la imaginación del autor, que requieren un esfuerzo constante. Su otra especialidad, la novela policíaca, resulta igualmente demoledora. Viajó por el mundo, Asia, el Pacífico, un peregrino de lujo que, a medio camino entre el experto y el curioso, indagaba en pueblos desconocidos. Regresó más sabio y con su visión más aguzada, si cabe.

¿Qué encontró en esos pueblos perdidos? ¿Reforzó su visión catastrofista sobre el progreso y la técnica? Volvemos la mirada atrás con dificultad y aprendemos poco de quienes caminan más despacio. Él sabía.

Más Noticias