Dentro del laberinto

Keniata

He sabido que a Obama y a Zapatero les une, entre otras inverosímiles características astrológicas (qué importa el signo solar si uno tiene la Luna en Tauro y Marte en Virgo, y el español Luna Sagitario, y Marte en Géminis... si hablamos de futilidades, seamos rigurosos a la par que hueros) el amor por Borges. Eso es muy bello.

Las afinidades literarias unen tanto y de forma tan absurda como la pasión por los gatos, o un pariente con una enfermedad similar. En mi pasaje preferido de El lobo estepario, un narrador desencantado descubre que odia a una mujer que, como él, ama a Goethe, pero lo hace de una manera distinta a la que él siente. Entonces, ese amor compartido se convierte en una lacra, en el rechazo de los polos idénticos de dos imanes, en el hastío de dos cuerpos tras el orgasmo.

El presidente que ahora nos regula, y el nuevo dueño del mundo leen a Borges, discuten a Borges, se pierden en laberintos. Son, sin duda, dos seres inteligentes, sensibles y muy carismáticos. Eso, en los momentos trascendentales puede salvar situaciones imposibles, o puede no servir de nada. Obama, con su aspecto de líder limpito, sin un pelo fuera de su sitio, cuenta con mayor poder, y con mayor capacidad de inspirar esperanza. Hace algunos meses hablaba con envidia de la disciplina americana, capaz de sacrificar egos para crear dirigentes, de la que la muy antigua y muy mezquina cultura española es incapaz. Quizás sería el momento de ese esfuerzo. Los últimos taxistas que me han ilustrado sobre su opinión política no se encuentran mucho por la labor, pero no sólo de taxistas se hizo el pulso político. Si Zapatero encuentra en Obama un espejo o un referente, crece, y aprende, si Obama tiene algo que enseñar, Borges, ciego y muerto, sonreiría.

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