Dentro del laberinto

Patas de gallo

Poco pan y mucho circo. Circo por todas partes, dirigido principalmente a los gustos y las identificaciones del varón; circo en motor, bajo la forma del baloncesto, y del sagrado fútbol, que ocupa tantos minutos como la economía, aunque se hacen mucho más largos; circo puntual de tenis y un poquito, en la dos, de otros deportes menos vistosos.

Millones y millones en ese circo, con lo que conviene no eliminarlo de la noche a la mañana, por mucho que se critiquen las cúpulas que cobijan a los que trabajan contra el hambre, y no las cenas y los desplazamientos de los multimillonarios deportistas, de los que únicamente se espera que controlen a sus esposas, no vaya a ser que arruguen la nariz porque el país huele a ajo. Como porcelanas carísimas, se colocan en el salón, se admiran por lo que han costado y el placer que producen: pero servir, sirven para poco.

Poco pan, pero muchos a quien criticar, que despedir, que indemnizar, muchos de los viejos nombres, conocidos casi como los vecinos de escalera y cena de viernes, y otros nuevos a los que se exige lo imposible. Muchos a los que gritar con los amigos, y liberar así una rabia acumulada, un odio dirigido hacia el enemigo de la otra camiseta y la manera distinta de pensar, en concreto, en el campo, en lugar de difuso.

Poco pan, pero una forma idéntica de delegar la felicidad en otros, como se entrega la economía en manos ajenas. Una excusa para la mala cara de los lunes o los jueves, para llorar abiertamente cuando los hombres aún no lloran, para burlarse de quien despreciamos por cualquier otra razón, pero esgrime como la más visible esa: la derrota de otros a manos de otros, que somos nosotros. Un circo complejo, más de niños que de hombres con arrugas, y canas, y responsabilidades.

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