Dentro del laberinto

Oriente

Tres millones de parados nos trae diciembre. Uno, dos, tres: como los reyes magos de Oriente que en enero brindan regalos. Nos espera un terrible enero, aún enmascarado por el opio dulce y luminoso de las Navidades. Tres millones, regresamos al año de Dios de 1996, un año que no destacó por nada en especial. Quizás, volviendo la vista atrás en uno, dos, tres años, encontremos que 2008 no fue un año especial tampoco, tan sólo el inicio de una temporada terrible, de miedo,
de incertidumbre, de pequeños dolores comunes.

De entre esos tres millones, cuántos, hace poco, se preocuparían por otras cosas: por algún pago, sin duda, pero sobre todo por otras diminutas intermitencias vitales. Los estudios del hijo, que flaqueaban. Los desaires de la novia, que cambiaba de humor. La vaga sensación de malestar que produce, día tras día, estar vivos. Otras dolencias de clase media, como el destino de las vacaciones, la importancia de reavivar el fuego de la pareja, esos dulces consuelos cuando todo lo
demás va bien.
La sociedad del bienestar se estanca en enfermedades imaginarias. De una brusca sacudida, nos han devuelto a otros dolores más reales. Como los viejos decían, esas tonterías se quitaban con dos bofetones. Uno, dos. Falta el tercero, aún por venir.  ahora, el resto se absorbe, como un tumor benigno que ya no preocupa. La enfermedad principal es otra, la que se palpa bajo la piel conecta la realidad con la pobreza, con las pérdidas, con el descenso de clase social, esa que negábamos que existiera, de tres millones de personas. La clase media se tambalea, se siente mareada. Los hijos de obreros que acudimos a la universidad, los hijos de obreros que continuaron siendo obreros. Un empujón, un bofetón, de una democracia monetaria.

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