Dentro del laberinto

Mazinger Z

Enhorabuena: hemos encontrado un nuevo malo oficial. Durante una década hemos oscilado según ideologías y según cómo nos fuera en el baile, y hemos debilitado nuestras fuerzas, mientras hemos combatido entre nosotros en la discusión de si eran los musulmanes o los americanos, los maltratadores o las mujeres que
exigían casa e hijos, los nacionalistas o el Estado opresor...

Tristes tiempos que quedaron atrás: los malos, ahora, son los bancos y, a su lado, de la manita, las grandes fortunas que no han sido tocadas, como manzanas sin gusano, por escándalos, timos, deslocalizaciones, fraudes de impuestos y estafas piramidales. En los que han perdido no merece la pena perder el tiempo. El odio se concentra en los que aún ganan, los que, como vampiros, han sorbido riqueza, esfuerzo y han escupido los huesos de quienes se los han dado tras devorarlos. Fantásticos ogros manejados por un hombre o por una entidad, sobreviven a costa de quien sea.
Nuevos villanos.
Resulta sencillo concebirlos así, porque basta con desenterrar las imágenes de puro y chistera de los años veinte, o las viñetas de Castelao con sus cínicos caciques. Basta con desempolvar un poco el resentimiento social, ahora que todo lo que nos igualó en una vaga clase media ha desaparecido o se limita a cacharritos de nueva tecnología. Antes de relamernos los labios con la certeza de la igualdad de las oportunidades, se desvanecen en el aire las políticas de vivienda, el apoyo directo al ciudadano, la capacidad de consumo. Como si atraparan misiles en el aire y los devoraran, golosos, los bancos –monstruos que absorben las ayudas y piden más–. Tipos más bajos, más propiedades, más esfuerzos, más despidos. Se escudan en excusas para no dar respuestas. Y no hay héroes para limitarlos...

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