Dentro del laberinto

Caballeros del Zodiaco

Deslumbraron a las niñas de mi edad en un momento en el que las niñas de mi edad habíamos decidido que los dibujos animados ya no se correspondían a nuestra recién adquirida madurez. A los chicos no había que convencerles: Seiya, el héroe al que se las ponían como a Fernando VII
–preferentemente tras el agónico sacrificio de Shiryu, mi personaje preferido–, enganchaba perfectamente con la estética de Campeones y de Bola del Dragón: para ellos los cambios resultaban más sencillos.

Corrían y morían por causas absurdas, y la más ridícula de ellas era la de rescatar de un sueño narcoléptico a la cursilísima princesa Saori, una muchacha de flequillo de moda y vestido de debutante que había sucumbido a las fuerzas del mal. Cualquier sacrificio, incluso la vida de aquellos caballeros estéticamente irreprochables, valía la pena con tal de que la chiquilla despertara.
Era ficción, por supuesto. En la realidad, una Eluana Englaro dormida no encuentra quien la deje descansar en paz. Como aturdidos caballeros, leyes, jueces y médicos se turnan para obligarla a despertarla o, al menos, mantenerla con vida. Filippo Lamanna, el juez que algunos veneran y otros consideran un ángel de muerte, autorizó que Eluana fuera desconectada de sus máquinas, pero no tiene poder para cambiar las ideas. Nadie, salvo una clínica de Udine, se ha ofrecido para dejarla morir.
Uno de los relatos más cínicos y menos conocidos de Mark Twain, El forastero misterioso, habla de cómo un ángel, Satanás, (otro apuesto caballero) llega a un pueblo para ayudar a los humanos. En muchos casos, y para el escándalo de los niños que son sus amigos, su único método para evitar una vida miserable, de largos sufrimientos y degradación, es la muerte. Qué triste. Qué cierto.

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