Dentro del laberinto

‘Soria Mora'

Impedimenta, una editorial pequeña, de gusto exquisito y voluntades obstinadas (la de Enrique Redel y su musa, Pilar Adón) ha publicado Estallidos y bombardeos, de W. Lewis. No hay época histórica que me interese más que el periodo entre 1912 y 1947; sólo en una ocasión, en mi novela Soria Moria, he escrito sobre la Primera Guerra Mundial, esa desconocida que sembró Europa de cadáveres jóvenes, de una generación de viudas y solteronas y de trincheras infectas.
Wydham Lewis narra en este libro su experiencia bélica y qué le ocurrió en los años posteriores: en el año 37, desde el cual nos cuenta ese pasado en el que era joven y lleno de ínfulas, prevee la Segunda Guerra de la mano de ese Hitler que en un principio le fascinó y del que ya había renegado; en un inicio, me resultó cargante su egocentrismo, la conciencia de su propia valía, sus críticas acerbas al resto
de sus colegas.

No obstante, cuando inicia sus peripecias como bombardero, todo se le disculpa. Nadie ha narrado de esa manera el horror de una guerra absurda, con el humor y la brillantez de una mirada a la que ya nada asusta. A Lewis le fastidia más el sinsentido que el dolor, la falta de organización que la muerte inútil de tantos
compatriotas.
"La Guerra duró demasiado tiempo(...). Fue titánica para lo que significó: un gigante, en suma, con el cerebro de un mosquito. Sus épicas dimensiones fueron desproporcionadas (...). No resolvió nada, carecía de sentido (...) no se trató de una guerra que solucionara nada o que supusiera algún tipo de ventaja para la mayoría de la gente". Leo estas palabras y creo que habla de Afganistán y de su guerra gemela en Irak. Inglaterra, de nuevo sumergida en esos campos, ha aprendido poco de sus artistas. Quizás nosotros podamos ser más afortunados.

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