Desde lejos

Quejas de mimados

Vaya por delante que yo también me he visto afectada por la huelga salvaje de los controladores. Y que quede claro que lamento lo que habrán tenido que pasar quienes realmente viajaban en esas fechas por necesidad: quizá para ir a despedir a un ser querido, para acompañar a un enfermo o para acudir a una entrevista de trabajo de la que dependía su futuro. Doy por supuesto que toda esa gente tiene razones de sobra para sentirse profundamente indignada.

Ahora bien, la mayor parte de los que queríamos coger un avión el viernes y el sábado pasado lo hacíamos por puro capricho. Reconozcámoslo. Se trataba de aprovechar los días del puente para volver a nuestro lugar de origen o desplazarnos a pasar unas vacaciones en algún sitio que nos apetecía mucho. Privilegios de ciudadanos del primer mundo. Es más, de los más privilegiados entre los ciudadanos del primer mundo: hay muchísimos que no se lo pueden permitir.
Por supuesto que regalarse a uno mismo unas vacaciones es legítimo, y hasta bueno para la salud. Pero creo que no nos da derecho a utilizar algunas de las palabras serísimas que he oído pronunciar estos días: drama, desesperación, daño moral... He visto a madres sollozando porque igual no podían llevar a sus niños a Eurodisney, a señores maduros quejándose de que habían frustrado sus ilusiones por tener que estar un día menos en Londres, y a jóvenes llenos de rabia porque la marcha nocturna en no sé dónde debía aplazarse 24 horas. En fin, quejas de mimados que a mí, por lo menos, me dan cierta vergüenza. Como si aún no nos hubiéramos enterado de que las cosas graves de la vida son realmente otras.

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