Desde lejos

Nuevos ricos

Todo empezó en los años sesenta del pasado siglo, cuando el régimen de Franco logró convencernos a los españoles no sólo de que éramos ricos, sino de que además debíamos parecerlo, para avalar el esplendor de la dictadura a los ojos del mundo. Fue entonces cuando nos lanzamos como locos a los créditos para comprar: comprar piso, coche –el famoso 600–, televisión... Lo que fuera, con tal de sentirnos propietarios y creernos que habíamos abandonado al fin la pobreza de siglos. Desde entonces, exhibir nuestra reciente "riqueza" se convirtió en un objetivo vital de la mayor parte de los ciudadanos de este país.

Y ahí seguimos: no sólo dando manotazos en medio de la burbuja inmobiliaria y las hipotecas asfixiantes mientras nuestros vecinos europeos viven tranquilamente de alquiler. Sino, además, derrochando década tras década una cantidad absurda de energía. Somos el país de Europa –y quizá del mundo– donde más se utiliza el coche para trayectos cortos que podrían hacerse perfectamente a pie. Aquí no vamos sin automóvil ni a la esquina de nuestra calle, aunque tengamos que dejarlo en cuarta fila.
Y tenemos las ciudades más intensamente alumbradas del mundo: farolas que crean sensación de día, escaparates y rótulos iluminados hasta el amanecer, edificios de oficinas –privadas o públicas– que permanecen con las luces encendidas las 24 horas... A lo que hay que sumar el frecuente disparate de las calefacciones en invierno y los aires acondicionados en verano. No creo que reducir la velocidad a 110 resuelva nuestros problemas, pero, desde luego, algo habrá que empezar a hacer con las energías. Totalmente en serio.

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