Desde lejos

Currantas

Siempre me ha molestado esa idea tan repetida en las últimas décadas de que la mujer no se ha incorporado al mercado de trabajo hasta tiempos muy recientes (sí, escribo este artículo porque antes de ayer era nuestro día). Lo cierto es que los datos que nos aporta la historia desmienten ese tópico: los textos literarios, los documentos jurídicos, los censos de población y las crónicas que se han ido elaborando a lo largo de los siglos, desde los primeros testimonios escritos en Mesopotamia y Egipto hace 5.000 años, demuestran por el contrario que las mujeres han contribuido siempre a la actividad económica.

En el campo, por ejemplo, las labores de la mujer han sido –y son– tan intensas como las del hombre. Y pensemos que la mayor parte de la humanidad ha vivido hasta hace muy poco en el campo. Pero también en las ciudades hemos ejercido toda clase de profesiones: hemos sido artesanas, comerciantes, posaderas, criadas, actrices, bailarinas, prostitutas, lavanderas, sombrereras, modistas, bordadoras, planchadoras y un montón de cosas más. Y, después de la Revolución Industrial, hemos sido, igual que ellos, obreras por millones.
¿De dónde sale entonces esa idea de que las mujeres no han trabajado hasta el siglo XX? Lo único cierto es que no podían acceder a los trabajos de más prestigio y mejor remunerados, igual que no podían acceder a la educación. Por lo demás, las que no trabajaban eran tan sólo las damas ricas; es decir, una diminuta minoría. El resto curraban –y curran– como cualquier varón, pero peor pagadas y consideradas. Dentro y fuera de casa. Que estas frases sirvan para reivindicar su deslucida memoria.

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