Desde lejos

De nuevo la igualdad

En Gran Bretaña empieza a haber planes para reformar la ley de sucesión a la Corona, que discrimina a los católicos y a las mujeres, dando preferencia a los varones y excluyendo a quienes pertenecen a la Iglesia de Roma o se casan con uno de sus fieles. De momento, el apoyo del Parlamento es más bien tibio: afirman muchos que el cambio no corre prisa, pues tanto el primogénito de la reina como el hijo mayor de este son hombres. Y, además, su fe anglicana está fuera de toda duda.

Los mismos argumentos se han oído en España respecto a la reforma de la Constitución que debería anular el artículo que otorga igualmente la preferencia a los varones en la sucesión al trono. Dado que la situación actual está clara, nadie parece pensar que el asunto sea urgente, ni la Casa Real, ni los partidos políticos, ni las altas instituciones del Estado.

Sé que a muchos les da miedo cambiar la Constitución. Numerosos políticos y juristas tienden a considerarla una especie de libro sagrado que no se debería tocar. Sin embargo, esa Constitución tiene ya 30 años. Fue adecuada en su momento. Pero muchas cosas han cambiado, y algunas de manera fundamental. La igualdad entre los géneros es una realidad –al menos teórica y jurídica– que casi nadie se atreve ya a poner en duda. Y ese artículo resulta misógino e insultante. Porque, aunque en la práctica sólo afecte a una persona concreta, no deja de tener un alto valor simbólico. Y el hecho de que se mantenga en vigor acaba siendo ofensivo para todas las mujeres del país, que nos vemos relegadas a la condición de segundonas en la Jefatura del Estado. Como toda la vida.

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