El martes de la semana pasada, Brasil se despertó –y probablemente bostezó– ante una noticia varias veces repetida en las últimas décadas: el asesinato de dos activistas pro-Amazonia. Esa misma tarde, su Congreso aprobó un nuevo Código Forestal de consecuencias lamentables: la deforestación será cada vez mayor en ese espacio fundamental para la maltrecha salud del planeta. De paso, los latifundistas de la zona han conseguido que los obedientes diputados les concedan una amnistía para los delitos cometidos contra la selva.
Entretanto, todos bostezamos el 1 de enero ante la noticia de que comenzaba el Año Internacional de los Bosques. Un intento de la ONU para hacer comprender a los ciudadanos y sus gobiernos la importancia de los árboles, los seres vivos que más dióxido de carbono consumen y neutralizan. Justo el año en que la deforestación del Amazonas se ha multiplicado al menos un 500 por 100 respecto al anterior y en el que, por lo que se ve, la cosa irá aún a más, mientras las emisiones siguen disparándose en medio mundo. Me temo que estar tan somnolientos no nos sienta bien.
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