Supongo que cuando Stéphane Hessel publicó en 2010 su panfleto Indignaos, estaba lejos de suponer las consecuencias que llegaría a tener. Ese texto abrió una puerta por la que han ido pasando desde entonces millones de personas de un montón de países, todas esas que ahora
–aquí, en Nueva York, Tokio o Berlín– están al otro lado de esta sociedad hipercapitalista, derrochadora, corrupta e injusta, luchando por construir un mundo mejor.
Unos y otros olvidan que la democracia no es perfecta y que está infectada de suciedades variadas. Que los jóvenes de las plazas no son una panda de vagos y maleantes, sino gente con ideas propias y con demasiado tiempo libre porque el paro afecta al 45% de ellos. Que de entre todas esas personas que el pasado día 15 se manifestaron en tantas ciudades del mundo, saldrán los políticos y los juristas del futuro. Y que quizá –quizá– sean ellos quienes entonces, si no traicionan sus viejos días de esplendor, consigan realmente que todo esto mejore. La vida, por ahora, juega a su favor.
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