Desde lejos

Ir de putas

Un amigo mío realiza un viaje de trabajo a una ciudad del norte. Después de cenar en un buen restaurante, le pregunta al camarero dónde puede tomar una copa. Sin previo aviso, lo envía directamente a un club de alterne. ¿Será habitual que un hombre solo busque la compañía de prostitutas para acabar la noche? Lo cierto es que la prostitución es un negocio próspero en nuestro país, y eso a pesar de la libertad sexual de las mujeres.

A nosotras no deja de sorprendernos ese gusto masculino por las relaciones de pago. Pero, apetencias aparte, el asunto es realmente preocupante. La inmensa mayoría del alrededor de medio millón de prostitutas que, según se calcula, existen en España, proceden de la trata de blancas. Son nigerianas, brasileñas, paraguayas, rumanas o rusas engañadas en sus países con promesas de falsos trabajos y obligadas luego a prostituirse bajo amenazas y extorsión.

Han contraído sin ser conscientes de ello deudas tremendas: deben pagar los miles de euros que supuestamente ha costado su viaje, además de los gastos de mantenimiento y hasta el alquiler de la habitación donde practican sus tristes faenas. Las asustan con la idea de que, si huyen o denuncian, serán agredidas e incluso asesinadas, y no sólo ellas, sino también sus familias. Las cambian de club cada pocas semanas para que no establezcan relaciones con clientes o compañeras. Y están ahí, solas, indefensas, secuestradas, torturadas, muertas de miedo. ¿De verdad que a alguien le apetece acostarse con una mujer en esas condiciones? ¿Acaso no existe ninguna regla moral, ninguna vergüenza, en cuestión de sexo?

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