Desde lejos

¿Más de lo mismo?

No me gusta desconfiar de los políticos. La historia nos demuestra que cuando la clase gobernante inspira recelo, se nos cuelan fácilmente los populismos y los totalitarismos. Lamentablemente, las muchas cosas decepcionantes que ocurren una y otra vez no me dejan mucha capacidad para la confianza o el respeto. Veo estos días a nuestros representantes ocupar sus asientos en el Parlamento, y no puedo evitar tener la sensación de estar contemplando el inicio de un nuevo ciclo de más-de-lo-mismo.

Veo a un puñado de personas que en demasiadas ocasiones van a estar más preocupadas por sus propios intereses y los de su partido que por los del país. Que votarán como les manden y no en conciencia. Que se plegarán a las ambiciones de grandes grupos de presión. Que contribuirán a aumentar un corpus legislativo gigantesco y cada vez más alejado del sentido común. Que gozarán de numerosas prebendas sin pensar en la situación real de muchísimos de sus compatriotas. Y que no pararán de lanzarse palabras vacías los unos a los otros sin debatir ideas importantes.

Ni siquiera me consuela la idea de que en todas las democracias ocurra lo mismo, que todos los políticos sean iguales: tras los asesinatos cometidos el verano pasado en Noruega por el ultra Anders Behring Breivik, descubrimos que existen países en los que la gente confía en sus mandatarios y donde los jóvenes se forman políticamente. Eso me demuestra que hay otras formas de hacer política. Y ojalá la próxima legislatura me confirme que eso es posible también aquí, y que esta columna estaba totalmente equivocada.

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