Desde lejos

Resistencia

Leo estos días Y siguió la fiesta. La vida cultural en el París ocupado por los nazis, un ensayo de Alan Riding (Galaxia Gutenberg) que describe el comportamiento de escritores y artistas durante el tiempo triste que transcurrió entre junio de 1940 y agosto de 1944. El libro me deja un sabor agridulce: la confirmada decepción por la actitud abiertamente nazi de Céline o cínicamente colaboracionista de Cocteau, el desprecio hacia la cobardía de Sartre, que siguió estrenando obras en teatros donde los judíos no podían trabajar y esperó a la liberación para apuntarse con descaro a la Resistencia.

Pero también queda el consuelo de conocer la valentía de todos los que siguieron creyendo en la libertad y lucharon por ella, jugándose la vida. Algunos, como Malraux, tomaron las armas. Otros muchos fueron resistentes intelectuales, y se negaron a publicar en la prensa o las editoriales colaboracionistas, manteniendo en cambio un entramado de publicaciones clandestinas que contribuyó a sostener la moral combativa de una parte de la población francesa. Ahí estaban Camus, Gide, Paulhan, Guéhenno y tantos otros.

Su rectitud ética es un ejemplo de comportamiento. Cuando la porquería lo invade todo, es mucho más fácil ponerse de su lado que enfrentarse a ella. Sumarse de lleno al triunfador, hacerle la pelota o mirar con disimulo hacia otra parte procuran sin duda más beneficios que colocarse abiertamente en el campo enemigo. Pero arrugan la conciencia y la dignidad, envejecen y afean. Se puede resistir. Es más, frente al perpetuo vendaval que trata de arrasar lo mejor de la condición humana, siempre se debe resistir.

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