Desde lejos

Contra la fealdad

Miro a mi alrededor y lo que veo me parece feo. Muy feo. Veo a millones de personas en el paro, con los problemas económicos y anímicos que eso conlleva. A muchos de ellos rozando el umbral de la pobreza, o ya abiertamente dentro de ella. A muchos perdiendo esas casas a cuya compra los empujaron cínicamente los bancos. A cientos de miles de jóvenes capacitados y entusiastas con todas las puertas cerradas, salvo las de la emigración. Y a otros cientos de miles de mayores de 50 años que difícilmente podrán reincorporarse a la vida laboral.

Veo a un montón de políticos y expertos –españoles y europeos– que no saben por dónde tirar y terminan tirando por el camino más fácil, el de hacerles la vida aún más dura a quienes ya la tienen sobradamente complicada. La corrupción reptando como una serpiente de mil cabezas. Una sanidad cada vez peor. Una educación que fracasa demasiadas veces. Gentes realmente necesitadas abandonadas por todas las administraciones. Un sistema judicial al que en muchas ocasiones le interesa cualquier cosa menos la justicia. El ámbito de lo público en estado lastimero.

Y veo el desánimo y la desesperanza cundir por todas partes, creciendo como un hongo inmenso que estuviera ahogando a este país. Nos vamos volviendo miedosos, conservadores, cada vez más sumisos. Y yo rezo a todos los patronos de lo imposible para que nos despertemos, nos sacudamos, nos ilusionemos, les paremos los pies a los abusadores y nos dejemos invadir por el espíritu de combate y los sueños realizables. Para que, entre todos, plantemos cara a la tormenta y arranquemos de cuajo toda esa fealdad.

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