Desde lejos

Gozar de Matisse

Si, como contaba ayer este periódico, la crisis afecta ya a los museos de capital privado y en los próximos años disminuirán las grandes exposiciones, lo mejor será aplicar el carpe diem y disfrutar de lo que tenemos. Así que les invito a visitar la magnífica muestra que se puede ver en el Museo Thyssen hasta el 20 de septiembre: Matisse: 1917-1941. Siempre me ha interesado ese pintor que tuvo la fortuna de llegar al mundo del arte a principios del siglo XX, justo en el momento en que la pintura y la escultura se liberaban de su larga tradición de naturalismo y comenzaban a transitar por caminos hasta entonces inimaginables en busca de nuevos modos de expresión, de una belleza que habría de ser, como predijo Baudelaire, convulsa y plenamente contemporánea.

En los mismos años en los que el salvaje Picasso descompone las formas y el místico Kandinski las estiliza hasta la abstracción, un Matisse hedonista se empeña en agarrarlas a manos llenas y entregárselas al espectador convertidas en extraordinarias manchas de luz y color. Su mirada se planta ante algunas de las cosas más hermosas y simples –cuerpos de mujeres, habitaciones confortables, ramos de flores, mares divisados más allá de una ventana– y reinventa a partir de ellas una realidad llena de sensualidad, pero también de calma y reflexión. Caminar por las salas del Thyssen entre sus obras es, como él quería, algo semejante a sentarse en un sillón ante un paisaje y percibir la armonía y la vibración del mundo, su orden profundo y su inagotable energía. Todo un placer para los sentidos y para el intelecto. Si les gusta la vida, no se lo pierdan.

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