Desde lejos

Ese Madrid sucio

Me doy un paseo lento y tranquilo por el centro de Madrid, al que sólo suelo acercarme con prisas y sin tiempo para fijarme en nada. Recorro despacio el barrio de Chueca, las calles que rodean Gran Vía y Alcalá, la zona en torno a la Puerta del Sol. Desolación. Las obras mastodónticas e inagotables del alcalde Gallardón atruenan por todas partes, llenando el aire de ruido y polvo, y el asfalto de interminables atascos. La crisis va dejando locales cerrados, restaurantes y tiendas y bares que han tenido que bajar las persianas y ahora yacen como heridos de una guerra repentina, abandonados y mugrientos. En las fachadas de los edificios a medio rehabilitar cuelgan pedazos de carteles que alguien trató de arrancar, rodeados de decenas de firmas de grafiteros mediocres y sin imaginación.

Debe de hacer días que las brigadas de limpieza no pasan por aquí. Hay esparcidas porquerías de todo tipo, papeles, vasos, colillas, plásticos, restos asquerosos de vomitonas. Hay, en pleno mediodía, bolsas de basura apiladas junto a los portales. Y montones de cajas y restos junto a los contenedores de papel y vidrio de los cuales, por lo que parece, nadie se ocupa.

Vuelvo a descubrir un Madrid que, al menos en esas zonas, había desaparecido hace muchos años: sucio, maloliente, descuidado y cutre. Entretanto, el mismo Ayuntamiento que se ha olvidado de que hay que atender la ciudad, ha gastado casi 17 millones de euros en presentar la candidatura fallida de los Juegos Olímpicos de 2016. Oropeles y brillos, mientras debajo de las alfombras se almacenan toneladas de porquería (real).

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