Desde lejos

Tigres de puntillas

Si tienen ustedes hijos pequeños, es posible que estas Navidades se les ocurra llevarlos al circo. Y, en particular, a un circo en el que actúen animales. A muchos padres les parece que es un buen entretenimiento para los niños ver cómo elefantes, leones, caballos o chimpancés bailan, saltan aros de fuego o ejecutan sumisos toda clase de estupideces humanoides.

En España hay unos 20 circos con animales. Pero muy pocos ciudadanos se paran a pensar en la larguísima serie de malos tratos que hay detrás de cada una de sus exhibiciones. A menudo utilizan ejemplares de especies protegidas o vulnerables que han sido traficados ilegalmente siendo crías, previa matanza de los adultos de la manada. Pero, incluso cuando han sido adquiridos legalmente, esas pobres bestias viven en condiciones lamentables, atados y encerrados en jaulas diminutas la mayor parte del tiempo, trasladados sin cesar de una ciudad a otra en transportes en los que no se pueden mover, sometidos a incesantes golpes, descargas eléctricas y hambre hasta convertirse en esos seres tristes y desnaturalizados que salen a la pista muertos de miedo y de estrés.

Algunas ciudades catalanas han prohibido últimamente la presencia de circos con animales salvajes. Entre tanto, el mayor espectáculo de esas características, el Ringling Bros., se ha paseado este otoño por nuestro país, a pesar de las muchas denuncias hechas contra ellos por algunas organizaciones. Entren en la página www.circos.org y compueben lo que ocurre al otro lado de las carpas. Y, por favor, piénsenlo bien antes de llevar estas fiestas a sus hijos a ver tigres poniéndose de puntillas.

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