Desde lejos

Una vez más, la justicia

En una democracia sólida, la Justicia debería ser un espacio transparente y eficaz, bien dotado, libre de injerencias políticas, administrado por personas preparadas y sensatas. El panorama español, sin embargo, con sus retrasos y sus sentencias demasiadas veces absurdas, poco tiene que ver con ese ideal.

La mayor parte de esos problemas son superables con voluntad política, dinero y algunos cambios sustanciales. Más difícil parece en cambio liberar a nuestros jueces de sus esclavitudes partidistas. Buena parte de ellos, sobre todo los miembros de los altos tribunales, parecen dictar sentencia no sólo en función de su ideología, sino a la orden de los partidos políticos que los apoyan en sus carreras. Por no hablar de lo que sucede en su órgano de gobierno, ese Consejo General del Poder Judicial cuyas decisiones nos asombran tantas veces.
Por si todo eso fuera poco, ahora descubrimos que dentro de los propios grupos ideológicos hay también luchas por el poder y venganzas mafiosas. En una de esas batallas está a punto de caer el juez Garzón, quien, con todos sus errores y su afán de protagonismo, no deja de ser el principal referente internacional de nuestro sistema judicial. Hace años que muchos aspiran a obtener su cabeza. Algunos compañeros de viaje parecen estar dispuestos a entregarla en bandeja. No parece que les importe mucho la imagen exterior de España. Ni siquiera el hecho de que sus decisiones estén a punto de avalar las tesis de ciertos grupos fascistas dispuestos a seguir negando la verdad de la Guerra Civil. Por lo que se ve, en cuestiones de (in)justicia, todo vale para obtener los fines.

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