Desde lejos

Injustificable

Muchos de nosotros lo descubrimos en 1994, cuando se estrenó aquí la película Fresa y chocolate, que narraba la relación en La Habana de los setenta entre un gay y un heterosexual. Hasta entonces, habíamos querido creer ingenua y frívolamente que la Revolución, que había curado tantos males, había igualado a los homosexuales cubanos en sus derechos como ciudadanos con todos los demás. Entonces supimos que no era así, que las relaciones entre personas del mismo sexo estaban prohibidas en la isla, y que gays y lesbianas eran trasladados a duros campos de trabajos forzosos para hacerles pagar sus culpas antirrevolucionarias.

Desde los años noventa, desear a un semejante ya no es delito en Cuba. Y ahora Fidel Castro reconoce que aquella persecución "fue una gran injusticia". En su entrevista al diario mexicano La Jornada, admite su responsabilidad en el asunto y confiesa que no tiene "ese tipo de prejuicios". Parece haberse olvidado de que muchas veces clamó desde los púlpitos contra lo que él llamaba "ese subproducto" (de la especie, supongo): "Nuestra sociedad no puede darles cabida a esas degeneraciones", decía en un discurso de 1963, henchido –imagino– de virilidad.
El comandante, reblandecido quizá por la edad, parece haberse vuelto más tolerante con ciertos pecados. Pero aún tiene el valor de justificar su actitud de entonces en los problemas que le rodeaban y en las dificultades para implantar la Revolución. Quizá no se haya dado cuenta de que esa es una de las tragedias de la condición humana: que el miedo o la ira sirvan para justificar comportamientos de todo punto injustificables. Injustificables.

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