Dominio público

Una palabra bella y nada más

Luis Sepúlveda

LUIS SEPÚLVEDA

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Shalom es una bonita palabra y nada más. Los bombardeos a la franja de Gaza dejan a los tertulianos estupefactos; entre medio mueren niños; el mundo occidental, tan empeñado en "solucionar el conflicto de Medio Oriente" cada vez que hay fotos para la Historia, se queda sin palabras; entre medio siguen muriendo niños, civiles, chicos que jugaban en la calle, y cualquier posible discusión, por lo demás estéril, se queda
empantanada en lo políticamente correcto.
Todo el mundo teme a la sospecha de antisemitismo, porque ser abiertamente pro Israel es, amén de políticamente muy correcto, garantía de estar en el bando de los justos. Hoy, como sabemos, existen dos bandos claramente definidos: el de los que tienen la razón pro occidental, cristiana y despojada de cualquier antiamericanismo y el de los que pertenecen al bando del terrorismo integrista musulmán por acción, omisión o pinta de árabe.
El atentado a la Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001, estableció las bases del todo vale en la lucha contra el terrorismo e instaló la certeza de que todos los árabes son terroristas, simpatizantes del terrorismo o eventuales terroristas. ¿Todos? No, se dejó fuera de la lista a los grandes amos del petróleo, a los sátrapas saudíes o de los Emiratos, sujetos que hacen de la violación de los derechos humanos la base de su permanencia.
Hoy caen bombas en Gaza, y el discurso de los indignados al referirse a los palestinos habla de Hamás y Fatah. Por un lado, están los extremistas –yihadistas de Hamás– que reciben de Israel un castigo "desproporcionado", faltaría más, y, del otro lado, Fatah, algo así como extremistas moderados en los que tampoco se puede confiar. Lo que no se menciona es la existencia de la Autoridad Nacional Palestina, nacida en 1994 tras los acuerdos de Oslo, encargada de gobernar y organizar la sociedad civil de una nación carente de Estado, cuyo estatus en las Naciones Unidas es de simple observador, con derecho a voz, pero no a voto. Y lo que es peor, se omite que la Autoridad Nacional Palestina, pese a haber renunciado a los ataques contra Israel, se debilitó sistemáticamente, hasta perder el gobierno en Gaza, justamente por los incumplimientos israelíes de resoluciones avaladas por Naciones Unidas, que eran su razón de ser. Cada mandato que Israel no ha cumplido ha avivado la hoguera del odio fundamentalista.
Nada justifica los ataques contra territorio israelí, el lanzamiento de una media de 80 proyectiles diarios dirigidos a blancos civiles, a escuelas, hospitales, centros de trabajo. El discurso de Hamás habla de echar al mar a los judíos y ello es desde todo punto de vista inaceptable, pero tampoco nada justifica el padecimiento de los palestinos, las humillaciones de todos los días, el despojo de tierras, la existencia de muros vergonzantes, la cotidiana anexión, metro a metro, de Jerusalén.

En España se tiene meridianamente claro que la banda terrorista ETA no es sinónimo de los vascos; en Irlanda, el IRA no fue sinónimo de los irlandeses; de la misma manera, Hamás no representa el deseo palestino de tener un país, un Estado soberano. Los palestinos y su diáspora en los campos de refugiados deberían avergonzar a Occidente, mas el mundo democrático y civilizado ha permanecido siempre impasible, inoperante, mudo, ante los padecimientos de un pueblo humillado.
En 1982, Occidente calló tras las masacres de Sabra y Chatila, cuando las milicias pro israelíes en Líbano, siguiendo órdenes precisas del ex primer ministro de Israel, Ariel Sharon, asesinaron a 3.000 hombres, mujeres, niños y ancianos; mataron a todo lo que se movía en esos dos campos de refugiados palestinos. No representaban ni el menor peligro para Israel y los asesinaron. Occidente no abrió la boca, porque nadie quiso, ni quiere ser sospechoso de antisemitismo.
Aunque parezca un contrasentido, se supone que los países –los estados reconocidos en el bando civilizado de la humanidad– deben, entre otras cosas, garantizar la seguridad de la población civil en caso de guerra. Existen convenciones como la de Ginebra, pero luego del ataque al Trade World Center, el todo vale, la ley del más fuerte, el cinismo y las "preocupaciones ante las respurael, que también existe, un cheque en blanco para la solución final del problema palestino.
Que Israel debe tener fronteras seguras es una perogrullada, mas la pregunta subyacente es: ¿cuáles son esas fronteras?
Que los palestinos tienen derecho a un Estado reconocido internacionalmente también lo es, y la pregunta que queda es: ¿tiene Occidente siquiera el mínimo deseo de que eso suceda?
A los bombardeos de Gaza seguramente seguirá una tercera intifada, y una vez más veremos al pequeño David palestino enfrentado con una honda al Goliat artillado israelí, y cada hijo, cada hermano, cada novia muerta, será aprovechado en las escuelas del odio para formar yihadistas dispuestos a inmolarse y, con ellos, a inmolar el sueño justo de una patria palestina.
Mal empieza el año 2009. Shalom no es más que una bella palabra y, como leí hace tiempo en un grafiti colombiano: mientras los miserables sean los dueños de la fuerza La Paz seguirá siendo una bonita ciudad boliviana.

Luis Sepúlveda es Escritor

Ilustración de Iker Ayestarán

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