Dominio público

Walt Whitman y la reinvención de la democracia

Antoni Aguiló

Antoni Aguiló

Filósofo político y profesor del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra

Acaban de cumplirse 195 años del nacimiento de Walt Whitman, uno de los cantores más entusiastas de los nacientes Estados Unidos, de la democracia y de la hermandad universal que abraza a hombres y mujeres, invitándolos a vivir auténticamente la propia existencia, a recuperar la capacidad de asombro y a conocerse mejor para descubrir lo indescriptiblemente hermoso que puede ser este mundo.

Entre los temas explorados por el poeta destacan la celebración de la vida y el compromiso con las cuestiones políticas y sociales más candentes de su época, como el rechazo de la esclavitud, la aversión a las guerras, la crítica de la corrupción política, la emancipación de las mujeres, el reclamo de democracia social y la reivindicación de los derechos de la clase obrera.

¿Pero qué aprendizajes nos proporciona la sabiduría poética y vital de Whitman para la reinvención actual de la democracia? ¿Contribuye su genio a crear una cultura política capaz de generar formas de relación en condiciones de justicia y dignidad? A mi juicio, las principales aportaciones de Whitman a la cultura de la democracia pueden sintetizarse en las siguientes:

La democracia como sentimiento de amor y comunión universal. Uno de los principios del trascendentalismo (la corriente filosófica fundada por Ralph W. Emerson) que mayor influencia ejerció en el pensamiento de Whitman fue la creencia en la unidad cósmica que envuelve a todos los seres. En sus Ensayos, Emerson explica el significado de esta doctrina: "En el interior del ser humano se halla el alma de todo, el silencio sabio, la belleza universal con la que cada parte y cada partícula están igualmente relacionadas, el Eterno Uno". Este es uno de los temas más presentes en la obra de Whitman. En el Prefacio de Hojas de hierba declara: "Creo profundamente en una pista y un propósito en la Naturaleza, único y a la vez múltiple; y los resultados espirituales invisibles, tan ciertos y reales como los visibles, dan lugar a la vida concreta y a todo materialismo, a lo largo del tiempo". Para justificar esta unidad con el universo vivo, argumenta que cada uno de nosotros se relaciona, integra y disuelve en aquello que lo rodea: "Mi lengua, cada átomo de mi sangre, provienen de este suelo y de este aire". O también: "Me doy cuenta de que incorporo gneis, carbón, musgo de largos filamentos, frutos, granos y raíces comestibles. Que estoy hecho enteramente de cuadrúpedos y pájaros". Esta creencia le lleva a rechazar los dualismos que atraviesan el pensamiento occidental (cuerpo/alma, bien/mal, individual/social, etc.) y a afirmar la unidad y cohesión entre los seres humanos y el ambiente: "La diversidad no será menos diversa, sino más fluida y unida".

Al amor cósmico, fraterno y plural que enlaza la humanidad, Whitman lo llama democracia, que se traduce en una actitud ética y social que implica actuar con responsabilidad y reciprocidad, asumiendo la obligación compartida de cuidarnos mutuamente. Para Whitman la democracia no es una forma de gobierno ni un método de selección de gobernantes. Tampoco se trata sólo ni fundamentalmente de elecciones, partidos y representantes. La democracia es más que un proceso político. Es un proceso social y cultural dinámico capaz de transformar nuestra identidad y nuestras formas de sociabilidad para fundar una organización social basada en la fraternidad, la camaradería y la igualdad. Un proceso que sólo tendrá éxito cuando arraigue en la mentalidad popular y ocupe el centro de las actividades humanas, afectando a las costumbres, creencias e instituciones que rigen nuestra vida individual y colectiva.

La crítica de la ficción democrática liberal. En la época de Whitman las luchas emancipadoras por la democracia estaban directamente relacionadas con la causa abolicionista, la lucha por derechos civiles y políticos igualitarios y el progreso social en general. Sin embargo, Whitman comprendió que los sistemas representativos, instrumentalizados por acaudalados propietarios de esclavos en defensa de sus intereses particulares, eran una ficción democrática, un régimen de dominación clasista renovado que bajo una fachada electoral ocultaba la tradicional apropiación de la riqueza y el poder por una minoría privilegiada y antidemocrática.

Indignado con las perversiones de la democracia institucional, en 1871 publica Perspectivas democráticas, donde muestra su desencanto con el sistema político estadounidense, cada vez menos democrático y más sujeto a esquemas electorales al margen de la voluntad popular. Allí denuncia los mecanismos de una democracia falsamente representativa caracterizada por el predominio del varón blanco propietario y en la que los partidos ignoran las necesidades del pueblo. Y aquí Whitman toca de lleno el problema de la representatividad: la clase política tiene una agenda propia que da la espalda a la gente y es independiente de la soberanía popular. La democracia como gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, según la célebre expresión de Lincoln, ha degenerado en una partitocracia en la que los partidos "serán útiles, quizá necesarios, pero son brutales instrumentos de cinismo". De ahí que Whitman se refiera a la necesidad de una ciudadanía activa, crítica e independiente de los partidos para la construcción de una sociedad democrática: "Te aconsejo que entres en política con más fuerza aún. Aconsejo a todos los jóvenes que lo hagan. Infórmate siempre; da siempre lo mejor de ti; vota siempre. Deslígate de los partidos. Han sido útiles y, en cierta medida, siguen siéndolo; pero los electores fluctuantes, no comprometidos con ningún partido, ya sean campesinos, oficinistas, mecánicos, [...], que observan desde el margen, inclinando la victoria hacia un lado u otro, son precisamente los más necesarios".

Un proyecto educativo humanista y renovador. Whitman concibe la democracia ante todo como un proyecto colectivo y popular capaz de contribuir a la renovación cultural, cognitiva, moral y pedagógica de la sociedad: "La democracia únicamente es útil en los lugares donde puede desarrollarse y dar sus frutos y flores: en las costumbres, en las formas más elevadas de interacción entre los hombres, en sus creencias, en la religión, la literatura, las universidades y las escuelas, democracia en todas las vidas públicas y privadas". Whitman vio que los principales males que aquejaban a la democracia eran el individualismo y el egoísmo como patrón de conducta. Entendió la necesidad de un proyecto pedagógico superador de las viejas formas de pensar y actuar para inaugurar una nueva humanidad; una humanidad heterogénea, plural y educada en un sentimiento de interdependencia entre el individuo y su entorno natural y social, que genera una actitud de asombro, gratitud, solidaridad y respeto ante el mundo.

Pero si hay un aprendizaje valioso que pueda extraerse del pensamiento de Whitman es su capacidad para inspirar la recreación continua de la democracia. La democracia es una experiencia inacabada, una palabra a medio escribir, un proceso cargado de posibilidades y riesgos: "Con frecuencia hemos impreso la palabra ‘democracia’. Sin embargo, no me cansaré de repetir que el significado real del término permanece aún dormido, todavía no ha sido despertado, a pesar de la resonancia y de las airadas tempestades en que se han ido formando sus sílabas, desde la pluma o la lengua. Es una gran palabra cuya historia, creo yo, no se ha escrito aún, porque esa historia está todavía por vivirse".

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