Dominio público

El enigma Obama

Alfredo Toro Hardy

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Desde luego es un idealista. Pocos actos han resultado tan quijotescos como el lanzamiento de su candidatura presidencial. Teniendo como única experiencia política relevante un par de años en el Senado, siendo miembro de una minoría y careciendo de recursos, Obama decidió enfrentarse a la todopoderosa y multimillonaria maquinaria Clinton. No obstante, ganó la candidatura demócrata, para luego prevalecer sobre un partido como el republicano, victorioso en siete de las últimas nueve contiendas presidenciales.
La suerte, desde luego, lo acompañó. La crisis de Wall Street fue como una gigantesca ola que vino a empujar su tabla de surfista. Sin embargo, todas las crisis del mundo no hubiesen bastado para empujar su candidatura si antes no hubiese sabido dar forma a una maquinaria y a un mensaje poderosos. Dicha maquinaria resultó tan atípica como ambiciosa: diez millones de personas y movilizadas a través de Internet. Ello no sólo representó una fuente de recursos inagotable, sino también un mecanismo de convocatoria capaz de dejar sin respuesta a las estructuras partidistas tradicionales. En este sentido, Obama se inscribe dentro de esa emergente sociedad mundial de los David que, a través de la organización de redes sociales vía Internet, ha logrado triunfar sobre los Goliat del mundo actual. Este hecho lo emparenta con figuras emblemáticas del movimiento altermundialista como Lori Wallach o Jody Williams, quienes por esa misma vía lograron prevalecer o poner en jaque a importantes factores de poder internacional.
Más allá de la organización y de la tecnología de la información, lo que hace posible a la sociedad de los David es la presencia de un mensaje poderoso, y el de Obama fue el del cambio. Su candidatura fue producto de una esperanza transformadora que logró derribar las murallas de lo que se visualizaba como una sociedad mayoritaria e inexpugnablemente conservadora. Como bien señalaba el Premio Nobel de Economía Paul Krugman: "Hay que tener en cuenta que la elección presidencial de este año era un claro referéndum sobre filosofías políticas y venció la filosofía progresista" (El País, 9-11-2008).
Obama se nos presenta también, lógicamente, como un progresista. Tal como refería Time: "La coalición que llevó a Obama a la presidencia es tan tenaz como las que condujeron a la victoria a las dos últimas coaliciones políticas dominantes: las que eligieron a Franklin D. Roosevelt y a Ronald Reagan. La mayoría de Obama es tenaz por una razón clave adicional: su connotación liberal" (24-11-2008). La connotación de esta coalición responde bien a la historia del personaje.
La trayectoria de Obama es, en efecto, la más progresista que haya evidenciado candidato demócrata alguno desde George McGovern. Su trabajo comunitario en el sur de Chicago (el Harlem de esa ciudad), su cercanía a figuras y a asociaciones de izquierda y la orientación de su récord de votación en los senados de Illinois y de Washington, hablan por sí solos. De hecho, era reputado como el más progresista de los miembros del Senado Federal. A ello se une su estrategia de campaña, que lo convierte, como señalábamos, en un hijo dilecto de la sociedad de los David, por definición de corte progresista.

Pero Obama es, al mismo tiempo, un pragmático. Su manifiesta adscripción al estilo y al legado de Abraham Lincoln, una de las figuras más pragmáticas de la historia de su país, habla por sí sola. Sin embargo, la designación de los principales cargos de su Administración es todavía más elocuente. Además de su flamante secretaria de Estado, nos encontramos por doquier con integrantes de la maquinaria clintoniana: Emanuel, Podesta, Holder, Summers, Geithner u Orszag. Es decir, una estructura que dentro del partido demócrata se convocaba en torno al llamado consejo del liderazgo demócrata, caracterizada por un pragmatismo puro y duro en sintonía con el último gobierno demócrata. Valga agregar que sus integrantes se asociaban con posturas de centro, siempre mucho más afines a los llamados de la derecha que a los de la izquierda, como bien lo evidenciaron los llamados nuevos demócratas. Estos representaron una extensión natural de dicho consejo que, bajo la conducción de Emmanuel, se posicionaron como conservadores en las elecciones legislativas de 2006.
Obama es igualmente, por concatenación con lo anterior, un constructor de puentes políticos. Más allá de Clinton y de los clintonianos, la suya es una Administración en la que participan Robert Gates, secretario de Defensa de Bush, y el ex general de los marines James Jones; una Administración en la que se propicia el consenso bipartidista y en la que se busca el consejo de John McCain.
El presidente, que hoy jura su cargo, se nos presenta como una verdadera incógnita. Predecir su acción de gobierno sobre la base de antecedentes como los antes referidos no es tarea fácil. Para algunos, su trayectoria progresista y la naturaleza de su campaña significaban la puesta en movimiento de un nuevo ciclo progresista, similar al iniciado por Roosevelt en 1933, en ocasión de la última gran crisis económica que precedió a la actual. Y así como aquel puso fin a una hegemonía republicana que se remontaba a 1897, Obama pondría fin al ciclo que en sentido inverso inició Richard Nixon y consolidó Reagan. Para otros, como Dick Morris, antiguo gurú electoral de
Clinton, Obama ha sido secuestrado por la maquinaria clintoniana, lo cual conducirá a su inevitable cooptación política por parte de aquellos.
La curiosa combinación de idealismo progresista y pragmatismo duro hacen de Obama un hueso psicológicamente difícil de roer. Una sola cosa parece cierta: antes de que los resultados de su gestión permitan formular un balance objetivo de la misma, la fila de los decepcionados se hará grande.

Alfredo Toro Hardy es Embajador de Venezuela en España

Ilustración de Javier Olivares

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