FÉLIX POBLACIÓN
Quienes hayan tenido oportunidad de visitar en Salamanca la exposición organizada por el Ministerio de Cultura Los tebeos en la Guerra Civil: Niños y propaganda (1936-1939), que se clausuró el domingo, se habrán llevado quizá una decepción al comprobar que una buena parte de los 157 ejemplares expuestos corresponden a publicaciones radicadas en la España franquista, por lo que el subtítulo referente a la propaganda ideológica se constriñe casi exclusivamente al bando sublevado, sin que apenas se pueda apreciar tan definida y explícita orientación en las cabeceras expuestas y editadas en territorio republicano.
Consignada esa matización, que deja un poco en entredicho el objetivo que se desprende del título de la muestra como panorámica conjunta de los periódicos infantiles de las dos Españas enfrentadas, así como su proyección como herramientas de propaganda partidista, es de valorar la exposición por lo que comporta como testimonio de un periodo tan aciago de nuestra historia. El trabajo recopilador del comisario del evento, Antonio Martín, así como su prolongada y concienzuda labor investigadora como historiador del cómic en nuestro país, son dignos del mayor aprecio.
Dada la importancia que tuvieron los tebeos en la niñez de aquellos españoles que llegamos tarde a la televisión y para quienes aquellas publicaciones constituían el más barato y accesible medio de diversión y entretenimiento, quise que me acompañara mi hija de 13 años a la exposición de Salamanca. Pretendí con ello darle una versión más directa, a través de las viñetas de los ejemplares expuestos, no sólo de mi propia capacidad de evocación de los tebeos de mi infancia muchos años después, sino de lo que esa configuración propagandística del cómic representó como parte de la educación nacional-católica recibida durante el franquismo.
El resultado de mis comentarios entusiastas respecto a la gozosa influencia de la prensa infantil en el entretenimiento de mi niñez le fue mucho más grato y comprensible que cuanto le hice notar sobre el adoctrinamiento ideológico que supuso la dictadura, del que la exposición da detallada y precoz cuenta. Héroes excepcionales como El capitán Trueno o El Jabato no podían faltar en esa apresurada sinopsis recordativa, cuando el seguimiento de sus aventuras cada semana suponía el más preciado horizonte de nuestras diversiones ilustradas. De la primera de esas publicaciones recuerdo sobre todo la imagen de Sigrid, reina de Thule y rendida amante del caballero cristiano, figura en la que atisbé la primera atracción sexual a través de lo marcado de sus formas, cuyo sugerente contorno no lograba disimular la castísima, cerrada y sobria vestimenta exhibida. En aquellas purísimas calendas era difícil imaginar que el excelente creador de la publicación, el dibujante Víctor Mora, iba a consumar aquel amor etéreo y platónico muchos años después con viñetas explícitas y carnales. Sucedió, curiosamente, en 1982, coincidiendo con la llegada al poder del Partido Socialista.
En esa misión redentora destacó sobre todo el semanario Pelayos, dirigido por el canónigo Vilaseca. Entre sus contenidos cabe destacar una biografía de san Pelayo, en honor a su cabecera, así como una minuciosa crónica de los gloriosos episodios del Movimiento Nacional, ensalzando las gestas heroicas de sus tropas y ridiculizando al máximo a sus enemigos, así como al gobierno y a los políticos republicanos. Como mejor ejemplo de su dedicación a la causa, anota Martín en su libro Apuntes para la historia de los tebeos estos torpes y forzados versos proferidos por el rey godo que derrotó al infiel en Covadonga: "Soy Pelayo, mi padre, Requeté, / mi abuelito su vida en Lácar dio / y, de ellos digno, hasta la muerte yo / por el mismo ideal combatiré. Cual ellos, de mi Patria y de mi Fe / no haré traición a la bandera, no / que ella al pie de mi cuna me arrulló / y ha de arrullarme de la tumba al pie".
En 1798 apareció en España la primera publicación infantil, La Gazeta de los Niños. Su propósito editorial expreso, como consecuencia del espíritu de la Ilustración, se atenía a un código en extremo paternalista: "Es menester hacerles amar la instrucción y el estudio; ponerles las ciencias en su mismo lenguaje; acomodarse a su débil inteligencia y a su poca constancia, aficionarlos a la lectura...". Es muy probable que esas expectativas fueran entonces demasiado avanzadas para la Inquisición. Lo que probablemente no cabía imaginar es que, siglo y medio después, los descendientes del oscurantismo iban a reproducir lo más granado de las campañas de su credo en las publicaciones infantiles, dando el nombre de cruzada a una masiva masacre entre españoles que derivó en muchos años de persecución, cárcel y muerte para los vencidos. Esto es lo que no puedo hacer entender a mi hija después de haber visto la exposición.
Félix Población es escritor y periodista del Centro Documental de la Memoria Histórica
Ilustración de Mikel Jaso
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