Dominio público

Barbarie

Augusto Klappenbach

Escritor y filósofo

Augusto Klappenbach
Escritor y filósofo

El asesinato del periodista James Foley, degollado ante una cámara de vídeo y difundido por todo el mundo, ha causado una reacción de indignación generalizada y de rechazo a ese ejército de fanáticos, que en nombre de su Dios pretenden imponer un Estado capaz de entregar a doscientas niñas como mercadería sexual antes que permitirles acudir a la escuela. Cualquier intento de disculpar estas acciones o mitigar su gravedad implica complicidad con estos planesparaconvertir el mundo en un rebaño sometido a la voluntad de unos cuantos asesinos iluminados.

Pero no hay que olvidar la semejanza entre este asesinato y la muerte de inocentes destrozados por misiles que han sido lanzados por un correcto ejército legal, bendecido o tolerado por potencias que podrían intentar detener esta barbarie. En los bombardeos indiscriminados a la población civil de Gaza, por ejemplo, cientos de cuerpos humanos han sufridos destrozos quizás peores y más dolorosos que los del periodista. Eso sí: no los hemos visto por televisión ni han sido relatados en detalle por la mayoría de los medios de comunicación, que se han limitado a ofrecer cifras y datosasépticos, de los que ha desaparecido la sangre, los gritos de las víctimas y sus gestos de terror. La violencia civilizada es impersonal y anónima. Quienes causan estas matanzas ni siquiera ven a sus víctimas –como nosotros-. Cada vez más sus gestores se limitan a manejar desde su ordenador complejos sistemas informáticos incapaces de discriminar siquiera entre los objetivos elegidos y los "daños colaterales". Así como en el mundo económico la injusticia y la explotación son cada vez más abstractas y anónimas desde que el manejo de las finanzas ha tomado el relevo de la economía productiva, en la guerra moderna los ejecutores toman cada vez más distancia de la realidad. Se encarga del trabajo a ordenadores y dronesque no se conmueven ante las consecuencias de sus decisiones. Es el triunfo de la abstracción. Lo que Hanna Arendt llamaba la banalidad del mal.

Por supuesto que hay que combatir esos intentos religiosos de islamizar por la fuerza un mundo ya bastante castigado por sus gestores laicos. El terrorismo, en cualquiera de sus formas, solo puede producir una civilización de ciudadanos sometidos, y el pacifismo a ultranza se convierte en su cómplice involuntario. ¿Qué sería hoy de Europa si no se hubiera detenido a Hitler por las armas? Pero la lucha contra el fanatismo islámico que dirigen los Estados Unidos y sus aliadosestá alimentando ese fanatismo en lugar de combatirlo. Además del conflicto palestino-israelí, el caso de Irak es sintomático. Sadam Hussein era sin duda un dictador impresentable, como tantos dictadores que abundan en el mundo, algunos bendecidos por nuestros gobiernos y otros detestados por ellos. Pero la intervención armada de Estados Unidos para controlar el petróleo, contraviniendo toda legislación internacional y utilizando la prepotencia y la tortura de prisioneros como métodos de trabajo, ha convertido el país en algo mucho peor que una dictadura: un teatro de operaciones donde se ensaya una civilización que pretende regresar a la Edad Media. Y pensar que el envío de más tropas y más misiles a ese país va a detener esos brotes fanáticos es no entender nada, porque solo contribuirá a aumentar el apoyo popular al islamismo terrorista.

Como sucede siempre con el terrorismo, lo decisivo consiste en la actitud de la población. Si los terroristas cuentan con una base amplia de ciudadanos dispuestos a justificar sus acciones o al menos a tolerarlas, sus posibilidades aumentan y sus militantes crecen. Si, por el contrario, quedan reducidos a un grupo de iluminados cuyos métodos se distancian cada vez más de la gente, aun de aquella que comparte su ideología, tarde o temprano terminan formando un grupo encapsulado que puede causar daños pero cuya importancia política es irrelevante. Es lo que pasó con ETA: no fue solo la represión policial la que provocó su declive, sino sobre todo su progresivo aislamiento de la sociedad vasca, incluyendo muchos sectores abertzales que preferían la lucha política a la proliferación de atentados inútiles.

Y la política de Estados Unidos y sus aliados en el mundo árabe contribuye a nutrir a los grupos terroristas de nuevos militantes y a aumentar su base de apoyo entre la población. Cada  bomba del gobierno israelí (por favor, no las llamemos "de los judíos" ni siquiera "de los israelíes") logra más adeptos al nuevo califato que todos los sermones de los imanes que predican la extensión de la yihad. El conflicto palestino-israelí es numéricamente poco relevante en relación al total de la población árabe, pero su potencial simbólico es enorme. Y el apoyo de Estados Unidos a los métodos terroristas que practica ese gobierno, junto con la pasividad de la Unión Europea, son percibidos por muchos millones de personas como una prueba de la "choque de civilizaciones", según la profecía autocumplida que postuló Huntington en 1993.

Se ha dicho que vivimos en la cultura de la imagen, según la desafortunada expresión de que "una imagen vale más que mil palabras". El asesinato mediático de Foley confirma esa miopía: la imagen desgarradora de un asesinato en directo es capaz de hacer olvidar los miles de seres humanos que ha sufrido muertes quizás peores a manos de misiles civilizados.

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