Dominio público

La hipotética crisis económica

Juan Francisco Martín Seco

JUAN FRANCISCO MARTÍN SECO

13-11-07-enric-jardi.jpgSe equivoca quien piense que la economía es una ciencia objetiva y exacta. Los economistas apenas podemos experimentar. Nos está vedado repetir en el laboratorio los fenómenos. Así que la mayoría de las veces caminamos en la niebla, en el claroscuro; nos movemos en la teoría y nunca estamos seguros de que esta se cumplirá en la práctica. Es este carácter impreciso y vacilante de la economía el que permite que se abandone la objetividad y se practique el partidismo, incluso el sectarismo.

Viene esto a cuento de la hipotética crisis actual. Los medios de comunicación opuestos al Gobierno pretenden dar una imagen catastrofista, acentuando los elementos negativos; dan por hecho que se cumplirán las peores expectativas. Otros, por el contrario, los próximos al partido en el poder, resaltan los factores positivos y ocultan los peligros e incertidumbres.

En ambos casos tienen en cuenta la futura consulta electoral. Lo curioso es que si algo debería estar al margen de la lucha electoral sería precisamente la economía, dado que los dos partidos defienden una política económica similar.

Los datos positivos de hoy no son muy distintos de los de ayer y en ese sentido ambos gobiernos (los de Zapatero y Aznar) han sido triunfalistas. Pero también los peligros y riesgos que en la actualidad acechan a la economía estaban ya presentes en la situación económica de antaño. A los pocos días de que el partido socialista ganara las últimas elecciones, escribí un artículo en el que describía las debilidades del modelo seguido y las incertidumbres alarmantes que se cernían sobre el futuro económico, que en modo alguno eran distintas de las que hoy amenazan la economía. Solo que con el tiempo esas amenazas se han hecho más palpables y se han incrementado las posibilidades de crisis. Las dificultades que están atravesando los mercados financieros y las subidas del precio del petróleo y de los alimentos tan solo son el catalizador que puede provocar un proceso que antes o después tiene que producirse.

Desde hace más de diez años, el modelo de crecimiento español se ha cimentado principalmente en la construcción y en el consumo privado, en un consumo privado no asentado en los incrementos salariales sino en el endeudamiento de las familias. Se puede decir que hemos estado creciendo a crédito y, como todo crédito, antes o después habrá que pagarlo. El endeudamiento de hoy reducirá el consumo de mañana y por tanto el crecimiento económico del futuro. Es curioso que los que consideran negativo el déficit público permanezcan impasibles ante el enorme endeudamiento de las familias, cuando las consecuencias de ambos son similares: aumento de los desequilibrios de la balanza de pagos.

A la hora de analizar el déficit exterior debe tenerse en cuenta otro factor que cierra el círculo: el diferencial de inflación que año tras año se viene manteniendo con respecto al resto de países de la zona euro. Esa divergencia en la evolución de los precios no es en absoluto nueva para nosotros. Ha sido constante a lo largo de toda la vida económica española. Lo que ha variado en la situación actual es nuestra pertenencia a la Unión Europea y que el desequilibrio generado en los precios relativos frente al exterior no puede compensarse cada cierto tiempo, como se hacía anteriormente, con una devaluación. No hay manera de recuperar por tanto la competitividad perdida por el encarecimiento de nuestros productos en relación a los de los otros países. Aumentarán las importaciones y disminuirán las exportaciones, con lo que cada año se incrementará el déficit exterior. En los momentos presentes, el déficit por cuenta corriente ha alcanzado niveles jamás conocidos.

Las altas tasas de crecimiento de los últimos años se han conseguido mediante actividades de muy baja productividad y, en buena medida, gracias a la incorporación en ellas de mano de obra emigrante. De tales parámetros se han derivado dos consecuencias: la primera es que, al aumentar la población, la renta per cápita no ha tenido unos incrementos tan espectaculares como los que afectan a la renta global. La segunda consiste en una modificación de la distribución de la renta en contra de las remuneraciones de los trabajadores y a favor del excedente empresarial, con lo que los salarios no se han beneficiado del crecimiento económico e incluso han llegado a perder poder adquisitivo.

Analizando con objetividad la marcha de la economía en estos años, aun cuando haya que reconocer que existen datos muy positivos, no se puede cerrar los ojos a las debilidades del modelo y a las incertidumbres que amenazan el futuro. Resulta imposible pensar que la construcción iba a continuar creciendo al ritmo que lo estaba haciendo y tampoco el endeudamiento de las familias puede seguir aumentado indefinidamente, con lo que antes o después el crecimiento económico tiene que resentirse, tanto más si la aportación del sector exterior, como es probable que suceda, continúa siendo negativa.

Todo hacía prever que en un momento o en otro se produciría el cambio de coyuntura, tan pronto hubiese unos factores externos que colaborasen a ello. La crisis de los mercados financieros norteamericanos y su posible repercusión en Europa; la subida de los precios del petróleo y de los alimentos, ocasionados en este último caso por una mala política agrícola comunitaria; las actuaciones del Banco Central Europeo elevando los tipos de interés más de lo necesario y originando una revalorización excesiva del euro, son todos ellos factores que, aunque no pueden tomarse como causa de la hipotética crisis (la verdadera causa está en las debilidades del modelo económico que antes hemos señalado), sí pueden ser los detonantes que precipiten el cambio de coyuntura. Que se produzca o no, solo el tiempo lo dirá.

Juan Francisco Martín Seco es economista

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