Dominio público

Con un pie en la tumba

Kevin Watkins

  KEVIN WATKINS

 

 

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Mariam Ali, una joven de 17 años, ya estaba en coma cuando llegó en la parte trasera de un camión al Hospital General de Yamena, la capital de Chad. Embarazada de ocho meses, había estado con convulsiones y presión arterial alta. Su madre necesitó tres días para llevarla a la ciudad desde el pueblo donde viven, en una zona rural, a unos 80 kilómetros del hospital. Pero ya era demasiado tarde. Mariam falleció junto con su bebé unos días después. "Murió por falta de medicamentos elementales y un poco de atención prenatal", dijo Grace Kodindo, la doctora que trató de salvar a Mariam, quien añadió que "esto no habría pasado nunca en Europa". Existe un proverbio en Chad que dice que una mujer embarazada tiene un pie en la tumba. Este adagio refleja claramente los terribles riesgos que afrontan las mujeres pobres en el mundo.

Estimaciones conservadoras muestran que más de medio millón de mujeres en países en desarrollo mueren cada año durante el embarazo o el parto. Esto significa una muerte cada minuto. Mientras que en Gran Bretaña una de cada 5.100 mujeres corre el riesgo de morir durante el embarazo, en África Subsahariana las probabilidades son de 1 entre 22. Millones de mujeres que sobreviven al parto sufren lesiones relacionadas con el embarazo que tienen repercusiones durante toda la vida. La mortalidad materna está estrechamente relacionada con los riesgos que llevan a 3,7 millones de niños a la tumba en su primer mes de vida.

La mayoría de los certificados de defunción deja constancia de que han sido víctimas de alguna de las cinco causas principales de muerte materna: eclampsia, hemorragia posparto, infecciones, trabajos de parto prolongados o complicaciones de abortos sin condiciones seguras. Sin embargo, las verdaderas causas son la pobreza y el desdén político.
Se podría prevenir la mayoría de las muertes maternas mediante servicios de salud básicos. Un cuidado prenatal efectivo, la presencia de comadronas cualificadas y el tratamiento obstétrico de emergencia podrían salvar millones de vidas. Dar a las mujeres la posibilidad de tener un mayor control de su fertilidad es otro factor que ayudaría a reducir la mortalidad. Un tercio de las muertes maternas se podrían evitar dando acceso a la planificación familiar y a instalaciones seguras en caso de aborto.

Algunos países han demostrado que se puede avanzar de forma acelerada en este sentido. La tasa de mortalidad materna ha estado disminuyendo en países como Bangladesh, Nepal y Honduras, cuyos gobiernos han priorizado el entrenamiento de parteras y los servicios materno infantiles. Mozambique y Etiopía también han progresado en la buena dirección al haber puesto en marcha programas de formación a gran escala de parteras comunitarias y trabajadores rurales de salud.
Con todo, las cifras globales son impresionantes. Las tasas de mortalidad materna han variado poco en la última década. El mundo está lejos de alcanzar la meta establecida por todos los países en los Objetivos de Desarrollo del Milenio de reducir en dos tercios la mortalidad materna. A pesar de ello, este tema atrae muy poca atención política. En parte porque las víctimas son pobres, pero también porque persisten profundas desigualdades de género.

La falta de inversión, la mala gestión y el escaso compromiso para lograr la equidad en el sector de salud conlleva riesgos innecesarios para millones de mujeres vulnerables. Menos de la mitad de las mujeres embarazadas en el Sudeste Asiático y África cuenta con atención especializada en el momento del parto. La mayoría recibe poca o ninguna atención prenatal, especialmente si vive en un área rural, es pobre o analfabeta.
En la India –donde ocurre una de cada cinco muertes maternas– la economía proporciona servicios de programación informática al mercado mundial, pero, al mismo tiempo, más del 60% de las mujeres rurales pobres tienen sus hijos sin atención de personal cualificado. Incluso donde existen servicios de salud, el Gobierno cobra por los cuidados maternos e infantiles, concretamente, un impuesto por embarazo y nacimiento. Con esta medida se está excluyendo a los pobres y se refuerzan las desigualdades sanitarias. Para decirlo más claramente, se está matando y mutilando a mujeres y niños vulnerables.

Los donantes internacionales podrían hacer mucho más para combatir la mortalidad materna. Para empezar, podrían cumplir el compromiso del 2005 de duplicar la ayuda a África Subsahariana, donde los cálculos actuales muestran que existe un déficit de 13.000 millones de dólares de EEUU. Pero no es sólo la ayuda económica lo que cuenta. Cuando se trata de salud, los donantes prefieren las iniciativas de temática sencilla, con gran visibilidad y fácil cobertura mediática, como el sida, la malaria y la vacunación infantil. Este enfoque ya ha ido muy lejos y está desviando la atención de un mayor desafío: el fortalecimiento de los sistemas de salud.

La provisión de sistemas efectivos de salud materno infantil requiere un enfoque global que vaya desde la oferta de centros sanitarios rurales hasta hospitales para enviar a los enfermos. Disponer de personal cualificado es la base de cualquier sistema de salud. Sólo en África subsahariana existe una escasez crítica de 1,5 millones de trabajadores especializados en salud. Lo que se necesita de los donantes es un compromiso a largo plazo de financiar, entrenar y apoyar institucionalmente a este sector.

Algunos donantes también necesitan repensar su aporte. Cobrar por servicios de salud materno infantil es tener una visión de corto plazo éticamente indefendible. Sin embargo, algunos donantes, incluido el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), continúan siendo ambiguos respecto a la eliminación de esos cobros. Definitivamente, esta es un área donde el principio básico de servicios nacionales de salud debe aplicarse claramente, de manera que todos los gobiernos proporcionen paquetes gratuitos de asistencia sanitaria para las mujeres embarazadas y los niños.

Kevin Watkins es Profesor de la Universidad de Oxford y director del ‘Informe de Educación para Todos en el Mundo’ de la Unesco.

Ilustración de Javier Olivares

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